No sé si será por el cambio climático o por que razón, pero los avistamientos de grandes cetáceos cerca de nuestra costa se están convirtiendo casi en un clásico. Ya hay varias empresas dedicadas al turismo de avistamiento de ballenas y es que el encuentro con grandes rorcuales u otros mamíferos es todo un espectáculo, quien iba a decirles a los pescadores de hace ya unos cuantos siglos que dedicarse a llevar a gente a ver ballenas podría ser un negocio…
Aunque hay datos que permiten afirmar que ya en el siglo VIII se cazaba la ballena en nuestras aguas, los primeros documentos escritos son del siglo XI. La primera muestra gráfica en Europa que da fe de los hechos procede de Hondarribia, el sello del concejo de Hondarribia de 1297 así lo confirma.
La caza de la ballena en el Cantábrico tuvo su mejor momento en los siglos XIII y XIV, fue decayendo a lo largo de los siglos XVI y XVII y prácticamente desapareció en el XVIII. En Hondarribia entre los años 1610 y 1615 se mataron 21 ballenas, y sólo en el año 1631 se capturaron cinco de estos cetáceos. Durante el siglo XIX, en todo el litoral cantábrico tan sólo se cazaron cuatro ejemplares, uno de ellos en Hondarribia en 1805 “y acudió la población de San Sebastián a verla como objeto raro”. En el siglo XX la única captura realizada fue un ejemplar en Orio en 1901, con la ayuda de dinamita.
Sólo perseguían a un tipo de ballena: la Balaena Biscayensis, ballena de los vascos o ballena vasca –hoy denominada como ballena franca del Atlántico Norte o Eubalaena glacialis-. Y la perseguían por varias razones fundamentales: nadaba muy despacio y era de carácter tranquilo (ambas cosas hasta que resultaba herida), se acercaba mucho a la costa y entraba en aguas poco profundas, tenía una capa de grasa mayor que las demás (hasta un 45% de su peso); y, sobre todo, porque su gruesa capa de grasa la hacía permanecer a flote una vez muerta. Sus propias denominaciones de ballena franca, right whale o el prefijo “eu” de Eubalaena, se refieren a que era la ballena buena, la correcta, aquella que había que perseguir.
Pasaban el invierno en el golfo de Vizcaya, entre octubre y marzo, y después volvían al Atlántico Norte. Los arrantzales la llamaban Sardako Balea. Lo que no deja de ser curioso porque, aunque se movían en grupo por el Atlántico Norte, aquí solían llegar en solitario, pocas veces en pareja, y excepcionalmente en grupos muy pequeños.
Las migraciones de los cetáceos son bastante estables, y también suelen ser estables las rutas individuales de cada uno de estos mamíferos, hasta el punto de ser reconocidos en las costas que visitan. Pero pocas veces una ballena habrá cogido tanta querencia a un cabo –Higuer- y a una isla –Amuitz- como la que entre 1881 y 1892 visitaba casi todos los años nuestras aguas.
Se hizo conocida, por vez primera, al encallar en la barra de Hondarribia el 1 de noviembre de 1881 y, a pesar de sus “esfuerzos violentos”, no consiguió salir hasta que subió la marea. Su aparición cogió a todos por sorpresa. Sólo algunos carabineros reaccionaron disparándole, pero “los disparos de fusil que se le hicieron no causaron daño alguno al cetáceo, y cuando éste se vió con agua suficiente para moverse con libertad abandonó á los que le molestaban”. Ese año se hicieron algunos tímidos intentos de cazarla, pero sin ningún éxito. Los pescadores de Hondarribia afirmaban que se oía por las noches “el ruido que la ballena produce al lanzar el agua tragada”.
Pero ya en esas primeras apariciones queda claro lo que sería una constante en años posteriores: su gran tamaño, su arraigada costumbre de intentar atravesar las barras de ríos y estuarios –lo que le hacía encallar muchas veces-, su gusto por dormir junto a Amuitz, y lo difícil que resultaba cazarla.
La prensa se hace eco de su reaparición en noviembre de 1883. Y aquí aparece otra constante: los intentos de Ignacio Mercader por cazarla. Mercader, armador de la flota de vapores de pesca La Cantábrica de San Sebastián, escamado por el poco éxito de 1881, se había comprado algo nunca visto en nuestra costa: un modernísimo “arcabuz
norteamericano lanza-arpones”, que tenía sin estrenar. El arpón iba provisto de un explosivo que se accionaba eléctricamente. En cuanto supo de la presencia de la ballena en Hondarribia, zarpó a bordo del Mamelena 3. A mediodía la encontró frente a la playa de Hendaya nadando lentamente. Desde cinco metros de distancia le disparó un arpón con su arcabuz, alcanzándole a la ballena en la cabeza. El cetáceo huyó, pero por sus movimientos, cada vez más lentos, la dieron por mortalmente herida. La prensa publicaba “debemos advertir que la ballena es ya propiedad de los armadores del Mamelena 3”. Pero de eso nada. Ocho días después volvió a presentarse en Higuer con una herida en la cabeza.
Aunque todo hace pensar que el ejemplar que encalló en 1881 era el mismo, se podrían –por supuesto- plantear dudas.
Pero las dudas desaparecen a partir de 1883. Los ejemplares individuales de Eubalaena glacialis se distinguen porque las diferentes callosidades de la cabeza son como un carnet de identidad. A ello la “ballena de Fuenterrabía” sumaba su gran tamaño y, desde el 22 de noviembre de 1883, una gran cicatriz en la cabeza producto del arpón explosivo de Mercader.
Entre noviembre de 1883 y marzo de 1884, las andanzas de nuestra ballena alcanzan su máxima popularidad. Los artículos que le dedica la prensa nacional en este período –cinco meses- superan de largo el centenar. Una cobertura mediática absolutamente extraordinaria para la prensa de finales del siglo XIX. “Continúa entreteniendo á los habitantes de los pueblos de Fuenterrabía, Irún, Hendaya y San Juan de Luz, la presencia tenaz de la ballena en aquellas aguas”, ” Por las mañanas aparece dormida cerca del cabo Higuer y por el día se corre hasta Biarritz”, “Todas las tardes acuden á verla gran numero de curiosos”, “Estos días la ballena es la mayor distracción de los desocupados de aquella población (Fuenterrabía)”, “Los pescadores de Fuenterrabía están preparados á cazarla”.
Estaban preparados los de Hondarribia, los de los puertos cercanos y los vapores de Ignacio Mercader, que la perseguían de forma casi constante…pero no había manera. El cetáceo había aprendido del primer arponazo de Mercader y, en cuanto traineras y vapores se le acercaban, desaparecía.
Sus ataques a las barras de ríos y estuarios coincidían con la llegada de bancos de anchoa y sardina, a los que hacía huir aguas arriba. Y así, mientras los pescadores se quejaban de que no podían pescar, en el Adour, Bidasoa, Urumea y Oria se cogían anchoas hasta con cubos en el límite de aguas saladas.
El 23 de febrero de 1884 Mercader volvió a acertarle con su arcabuz, según su relato, desde tres metros de distancia.
Se dio otra vez por seguro “que se hallará muerta en alta mar”. Pero volvió a reaparecer frente a Higuer un mes después. Y durante todo el mes de marzo se mantuvo en aguas de Hondarribia, donde “ocho lanchas con arpones la persiguen sin descanso”, “medio pueblo ha tenido la ocasión de verla desde la carretera que se dirige al faro”, “desde la playa se observan perfectamente todas las operaciones. Muchísimas personas va a dicho sitio para presenciar la pesca de la ballena, que es de colosales dimensiones”.
Y, como sobre cualquier otro personaje público, se hablaba, se discutía y a veces se exageraba sobre nuestra ballena.
Se decía que “es de tan colosales dimensiones que su cuerpo se eleva á más de tres metros sobre la superficie del mar”. Se discutía sobre su longitud –que para algunos era de 20 metros, y para otros más de 30-, sobre si perseguía a los mismos microorganismos que las anchoas o perseguía a las anchoas mismas, y sobre su inteligencia, su “habilidad para escurrir el bulto” y “las burletas que jugaba a los intrépidos e históricos arponeros”. Así, y para ilustrar el descaro del cetáceo, El Urumea relataba en diciembre de 1883 que había permitido que un perro de aguas se paseara tranquilamente sobre su lomo, lo que provocó muchos chistes en su momento.
Volvió en 1885, reanudándose las idas y venidas de la ballena, las traineras de Hondarribia y la flota de Mercader. En 1886 no se tuvo noticias de ella, y se perdió el interés. Pero una madrugada, en agosto de 1887, el Mamelena 4 chocó violentamente frente a Higuer con algo muy grande. “Repuestos del susto, vieron aparecer sobre la superficie del agua un colosal cetáceo, que se supone una enorme ballena que se hallaba dormida, y cuyas dimensiones excedían en largura á los cien pies de quilla del Mamelena”. Así que no había perdido la costumbre de dormir en Higuer y, según lo que nos cuentan, sí que podría rondar los 30 metros de largo. El vapor volvió rápidamente a puerto con la proa destrozada, y se dio –una vez más- por mortalmente herida a la ballena.
Pues tampoco. En diciembre de ese año volvió a aparecer acompañada de otras dos colegas de menor tamaño, y esto ya fue demasiado para los pescadores de Arcachon, Capbreton, Biarritz y San Juan de Luz. En enero de 1888, visto que no podían darle caza, y alegando que era un peligro para la navegación y que no les dejaba pescar, pidieron ayuda al Vicealmirante Prefecto Marítimo de Rochefort para que la ahuyentaran los vapores guardacostas. La operación fue ejecutada por las cañoneras Travailleur, L’Elan y Nautile. No tenemos datos de cómo lo hicieron. Pero sí sobre el resultado: año y medio después nuestra ballena estaba otra vez aquí.
Y, aunque ya hay menos datos en la prensa, siguió por aquí en 1889 y en 1891. En 1892 la prensa publicaba: “la gran ballena Leticia ha vuelto a hacer su visita anual”. En algún momento alguien le había puesto nombre. Este año – 1892- fue el último año en que supo de ella. La Eubalaena glacialis suele tener una vida media de 70 años y por su gran tamaño, muy superior a la media, cabe pensar que nuestra protagonista tenía ya una edad avanzada… así que preferimos pensar que su final le llegó de forma natural.
Desde luego no era la última que se capturó en Orio en 1901, porque ésta medía 12 metros. Ni tampoco la última arponeada sin éxito por el vapor Salvador de Hondarribia frente a Higuer en 1903. Ésta última medía unos 14 metros.
Ninguna de ellas tenía tampoco su característica cicatriz.
Por alguna razón, el nombre de Leticia no nos acababa de gustar para una ballena. La prensa del momento le dedicaba adjetivos como “la famosa”, “la célebre” ó “la tenaz ballena de Fuenterrabía”…nos ha gustado más éste último.
Un informe de la Comandancia de Marina de San Sebastián certificaba, en 1886, la práctica desaparición de la ballena vasca en Gipuzkoa. Afirmaba que se seguían viendo cachalotes y rorcuales lejos de la costa, pero que nuestros arrantzales “no las persiguen porque tienen la desfavorable condición de irse a pique en cuanto mueren”.
Los expertos calculan que, antes del inicio de su caza en la Edad Media, habría unas 13.000 Balaena Biscayensis.
Cuando la especie fue protegida en 1937 ya sólo quedaban unos 50 ejemplares. En el año 2003 se censaron 342 fuera de nuestras costas, porque en nuestras aguas continúan sin verse. El último avistamiento se registró en el límite del Cantábrico, en el cabo de Estaca de Bares, en 1993.
Ahora bien, aunque no se ha vuelto a ver ningún ejemplar de “ballena vasca”, si que se observan con cierta frecuencia la visita de otros grandes cetáceos como las yubartas o ballenas jorobadas. Estos cetáceos suelen rondar los 15 metros de longitud en su edad adulta, y tienen como característica su afición a dar grandes saltos saliendo por encima de la superficie del mar. En la foto se puede ver uno de los últimos ejemplares avistados frente a la costa en Hondarribia.
Para conocer más sobre estos formidables animales recomiendo la lectura del libro “Jugando con las ballenas” de Joseba A. Bontigui. Un gran trabajo que fue editado solo en una ocasión en el año 2002 por el Gobierno Vasco. A día de hoy no es fácil conseguir un ejemplar, en alguna web de artículos de segunda mano suele verse algún ejemplar en venta a muy buen precio… https://www.milanuncios.com/libros/libro-vasco-jugando-con-ballenas-222016853.htm