Un amigo suele recordármelo de vez en cuando, la felicidad se esconde en muchas acciones a las que a menudo no damos la suficiente importancia. Y es así, somos básicos, si nos quitan los amigos, las montañas, la mar, los tranquilos momentos de charla tras una comida, si nos quitan todos esos placeres que por habituales pasan de puntillas frente a nosotros, entonces perderíamos lo mejor de nuestra vida, sin duda.
Subes una montaña, te esfuerzas, te cansas, pero algo hay que disfrutas con ello, y no es precisamente masoquismo, es el contacto con la naturaleza, algo dentro de nosotros sabe que los humanos hemos vivido ahí desde hace miles de años, cosa que cada vez sucede menos. Nos recluimos en ciudades, apiñados, enjaulados, pero algo está cambiando, poco a poco muchos comienzan un éxodo fuera de las cárceles de hormigón y asfalto buscando el campo y el mar.
Y es que con la mar sucede igual, sales al azul, notas como el viento te lleva lejos, el sol te quema, el viento te enfría, tal vez duermas poco o comas mal, pero es igual, te sientes pleno, te sientes bien, sabes que desde hace 2.000 años el hombre navega al viento.
Somos sociables, nos van las tribus, pocos, muy pocos viven solos, reunirnos con amigos es un acto social. Nos distendimos con ellos alrededor de una mesa mientras hablamos de lo humano y lo divino. Aquí, eso de juntarnos entorno a una mesa para comer forma parte de nuestra idiosincrasia, es casi casi un rito, comemos, bebemos y cantamos (esto último cada vez menos), disfrutamos, que es de lo que se trata. Igual que cuando subimos a una montaña o navegamos con las velas tragando viento, nuestro cuerpo se recarga de energía, sentimos el bienestar y es entonces cuando nos damos cuenta de lo básicos que somos.
Quizás todo esté relacionado con el torbellino de la vida que nos envuelve, siempre con prisa, siempre corriendo. Deberíamos de tomarnos la vida de otro modo, como cuando uno sueña que hará el día que se jubile, simplemente disfrutar un poco más de nosotros, de nuestra familia, de nuestras montañas, de nuestro mar, de nuestros amigos.
Este fin de semana pasado hemos disfrutado, unos subieron a una montaña y vieron como el sol salía por el horizonte, otros navegamos frente a esas montañas y luego nos juntamos todos alrededor de una mesa. Un plato marinero bastó para tenernos ocupados un buen rato, comimos, bebimos, nos reímos (mucho) y no cantamos (mejor, lo hacemos muy mal).
Nosotros, la que duerme a mi lado y un servidor, optamos por navegar, lo hacemos mucho juntos y me encanta. El día salió fenomenal, el mar estaba con unas condiciones que llamaban a navegar, buen viento, buena compañía. Nos emborrachamos de viento.
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