Entonces, ¿ por qué zarpamos ?
En primer lugar, ¡ porque nos gusta navegar ¡
El navegante de recreo es un ser muy original que paga muy caro, en dinero y preocupaciones, el placer de balancearse sobre el mar. Pues no solo se balancea, sino que sufre incesantemente: por su barco, por sus compañeros, por el mismo; por su honor, que considerará perdido si se atolondra, si realiza una falsa maniobra e incluso si no sabe sacar el mejor partido posible (en el que la voz “mejor” se halla determinada por un evangelio misterioso y arcano) del tiempo que encuentra. Momentos hay en que se halla colmado de felicidad, belleza e incluso dulzores; otras veces lo estará de pureza, exterior e interior, y es tal vez aquí donde se encuentra la pequeña llave de oro de su paraíso; pero todas estas alegrías, e incluso esta pureza, se ven menoscabadas sin cesar por infinitas aprensiones, precauciones a largo plazo que él sabe que debe tener en cuenta, según su deber, prevención de lo peor, pesimismo extremado, llamado vulgarmente previsión, etc. Si gobernar es prever, navegar es prever lo que hay que prever.
Todo esto es tan cierto, que los navegantes por placer no encuentran ninguna explicación a su pasión, así como tampoco ninguna legitimación; se encogen de hombros y dicen: “ Estoy intoxicado por el agua de mar “. Consideran su vicio como algo patológico. Cual morfinómanos, necesitan su dosis…
Jean Merrien, 1954.
1 comentario:
plas, plas, plas, plas (aplausos diversos... lastima que aqui no podamos usar los dichosos emoticonos).
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