A menudo compartimos objetos, yo comparto momentos, sensaciones, como decía un amigo mío, “sensaciones acojonantes”…
Comparto con amigos alrededor de una mesa, en la montaña y ahora comparto en la mar, navegar y bucear me ha permitido además compartir con mi mujer, algo que no sucedía en los senderos, tal vez esa sea la razón por la que pasamos cada vez más horas a bordo…
En la bocana del canal de Sta Engracia un suave viento del N nos recibe,
dejamos por babor las señalizaciones que delimitan aguas poco profundas
y encaramos la salida al mundo de las sirenas…
La mar de fondo del NW apenas se deja notar, no hay olas viajeras
que llegan a nuestra costa desde cientos de millas más al norte.
En la desembocadura del Bidasoa, la pequeña ola formada por el viento choca
con la corriente vaciante del río desordenando la superficie.
Hacemos dos bordos para escapar de la bahía orientada al Norte,
el primero amurados a babor, proa al castillo de Abadie,
el segundo, amurados a estribor, proa al Cabo de Higuer.
Por estribor quedan Las Erretas, unas rocas que en las bajamares fuertes
asoman por encima de la superficie, pero que hoy, las muy jodidas, no se dejan ver,
no sería el primer barco que se va a pique ahí.
Navegamos a rumbo directo con viento casi de través, las velas portan elegantes
el viento que sopla constante, de vez en cuando la regala se acerca al agua
en alguna racha, nos divertimos.
En aguas de Iparralde el castillo de Sokoa nos da la bienvenida a su bahía,
cruzamos con las velas arriba las murallas que dan paso a la ensenada y buscamos
abrigo dentro de la bahía fondeados frente al castillo.
Nos bañamos, comemos, charlamos, compartimos… Bajo el casco de Siracusa
pasan a menudo bancos de alevines, suben hasta la superficie pero se sumergen enseguida
asustados por los vuelos rasantes de las gaviotas.
No tarda en aparecer otro depredador, un arrantzale larga una red de fondo
desde su embarcación, esta noche el arte de pesca hará su trabajo y mañana, el pescado
atrapado en la malla, podrá venderlo en la pequeña lonja del puerto de Ciboure.
El sol está cayendo, sus rayos ya no queman y prolongamos olvidados del reloj nuestro fondeo en Sokoa.
Mientras, charlamos, recordamos a amigos, hablamos de montañas, de islas, de proyectos,
de un futuro que ya no se ve tan lejos, de lugares increibles…
El sol se esconde tras la muralla, es el momento de partir, disfrutaremos
del último aliento del sol en mar abierto. Largamos la estacha que nos mantenía
sujetos a la boya y con el motor a bajas revoluciones nos dirigimos a la salida de
la rada. Un pescador, apostado bajo el dique, disfruta de su soledad mientras
tienta la caña.
La brisa ha calmado un poco pero aún sopla lo suficiente para navegar a vela.
Izamos la mayor, enseñamos toda la génova al viento y este las pone a trabajar, la proa
de Siracusa apunta al islote de Amuitz postrado bajo el faro de Higer.
Intento impregnarme de la inmensa paz que disfrutamos en estos momentos,
solo percibimos el sonido del barco abriéndose paso en la mar.
Mis amigos se colocan en proa y mi mujer y yo nos quedamos en popa,
es entonces cuando te sientes pleno de vida, una mano en el timón y la mirada
perdida en el horizonte, linea que poco a poco, con la llegada de la noche,
se va escapando de nuestros ojos.
Las luces de la costa ya brillan, el faro de Higer luce su candela
y las primeras estrellas aparecen sobre nosotros.
No tardamos en reconocer la Osa Mayor, cae la noche y el viento no cesa,
nos llega del NNW cuando nos situamos frente a Las Gemelas y ante
nosotros se abre la bahía de Txingudi. Reconocer las luces que marcan la entrada
entre los espigones de Hondarribia y Hendaia no es sencillo, el viento va menguando
su soplido según nos adentramos en la bahía, avanzamos despacio, sin prisas,
algunas pequeñas embarcaciones están fondeadas pescando en la oscuridad.
Es una noche de verano, templada, negra y ahora ya, sin viento…
Frente a la playa decidimos arriar velas, Eolo se ha ido a dormir
y nos ha abandonado. Despacio, para no molestar a la noche con el ruido del motor,
navegamos por el Bidasoa hasta llegar a nuestro pequeño puerto. Con Siracusa
ya amarrado y arranchado nos despedimos de nuestros amigos.
Han sido unas horas que ojalá hubiesen sido más, interminables mejor, compartiendo
con amigos sensaciones acojonantes.
Navegamos al viento, como se lleva haciendo siglos, quizás sabernos herederos de aquellos
fenicios, dueños del Mare Nostrum, sea la causa de nuestras sensaciones,
sensaciones que desalojan de nuestros cuerpos tensiones, apatías, y nos inundan de
imaginación, esperanza y fortaleza.
Como bien dice mi amigo Paco, “buscamos conocer lo que desconocemos, es el espíritu que nos hace ir siempre más alla, hacia lo ignoto y desconocido”.
Y es ahora, después de estos años aprendiendo a navegar, cuando me siento enorme
pero diminuto a la vez, tengo a mi familia más cerca que nunca de mí, mis hijas, mi mujer,
mis padres y hermano, todos ellos van tomando su posición en el mundo y siento que yo me voy
acercando a la mía.
2 comentarios:
Gracias dobles Don Fernando... por la cita y por considerarme entre sus amigos (es mutuo). Y ya ve vuesa merced... al final y poquito a poquito nos vamos "ajustando" a nuestro lugar en este mundo. ¡Y encima tienes suerte con la compaña con la que compartes, jodío -con perdón-!
Es fácil adivinar que en ciertos aspectos me das envidia Paco, vaya, ahora me doy cuenta que mi mejor amigo, también se llama Paco, ya sabes, de esos que solo los cuentas con una mano...
En ocasiones da hasta vértigo ver con cierta perspectiva la trayectoria de la vida de uno mismo, cuando se realiza ese ejercicio creo que incluso se puede ver, a lo lejos, el destino deseado, otra cosa es el inesperado...
Las vueltas y vueltas que tiene que dar uno hasta dar con el lugar.
Cuídese don Paco, que cualquier día la casualidad nos junta.
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