Solemos decir, he “desconectado”, pero los italianos tienen una frase que me gusta y lo describe a la perfección, " il dolce piacere di non far niente ", traducido “el dulce placer de no hacer nada”…
¿ Cuándo ha sido la última vez que le has dado un premio a tu cuerpo y tu mente y has disfrutado del dolce piacere...? Creo que lo deberíamos de poner en práctica con cierta asiduidad, iría en nuestro beneficio. El estrés, las prisas, esa epidemia que nos está invadiendo hasta el tuétano, amenaza seriamente nuestra integridad física y mental tirándonos por la borda.
Mayo 2014.
"Cuelgo mis pies por la borda sentado en el balcón de proa, y es precisamente ahí, donde mi velero se abre paso en la mar, a veces saltando desbocadamente las olas, otras penetrando en el azul sin obstáculos como lo hace un cuchillo en la mantequilla templada, donde encuentro la paz, el sosiego.
Me vacío.
Con los pies suspendidos me tumbo mirando al cielo, las nubes pasan lentamente coqueteando con el sol y así, dejando al velero navegar a su antojo, con las velas tan bien trimadas que puedo olvidarme hasta del timón, me vacío de pensamientos y me abstraigo del mundo.
Me despojo de problemas y preocupaciones, de miedos, poco a poco voy quedándome desnudo, desnudo de lo humano y de lo divino. El sol me envía calor con sus rayos avisándome de que pronto llega el verano, con él volverán las noches de navegación bajo las estrellas. Ese calor hace que me desprenda de toda ropa, me quedo con las heridas y cicatrices a la vista que cada vez son más, son huellas que quedaron marcadas en el cuerpo hace tiempo en algunas montañas.
El viento me roza en lugares donde nunca lo hace, es como una pluma deslizándose suavemente por la espalda, incluso se escapa algún escalofrío producido, más, por un delicioso placer que por la temperatura.
Un ligero y familiar movimiento acompasado me acompaña y recuerda donde estoy, la brisa la escucho a ratos, se deja oír muy bajito cuando pasa por la génova, como intentando no romper el momento. Los pies se remojan un poco con alguna pequeña ola y me doy cuenta que el agua aún está fría.
La tarde avanza y el sol pierde su fuerza, poco a poco otros veleros que veo a lo lejos ponen proa hacia puerto, el faro del Cabo de Higer ya ha encendido su lámpara y dentro de un par de horas será la luz que guíe a los barcos que naveguen frente a él.
Mientras la noche va ocupando su lugar, yo dejo pasar el tiempo observando el juego de luces que se produce en el mar, rojos, naranjas azules, negros…
El sol se enciende e inunda todo de un color naranja, durante el ocaso el viento ha caído y una calma total me acompaña en estos últimos minutos de luz, la sensación es difícil de describir, acaso me recuerda a un momento en alguna cumbre durante un atardecer. Hace ya un buen rato que he vuelto a ponerme ropa, siento el cuerpo hirviendo.
Escucho el chapoteo del mar golpeando desacompasadamente el casco del barco, las gaviotas me observan en su volar hacia tierra. La brisa llega de nuevo con la llegada de la oscuridad y las velas de Zaldi vuelven a trabajar con el viento. Navego ya a la luz del faro, son dos destellos blancos en un ciclo de 10 segundos, no tardo en dejarlo por estribor y entro en la bahía. Así, con las primeras estrellas en el cielo y una suave brisa del NW avanzo soñando hacia puerto, es fácil hacerlo despierto ¿ o acaso no lo estoy ?..."
Texto extraído del libro de bitácora del velero Zaldi.
Escrito en Mayo del 2014 durante una tarde al sol.
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