martes, 30 de diciembre de 2014

Especie en peligro de extinción

           Nos toca vivir unos tiempos en los que la palabra amistad va perdiendo una fuerza a la que no debemos renunciar. Amigo, una escueta palabra que encierra unos valores sin los cuales la vida se torna difícil, oscura.
         Dicen que quien tiene un amigo tiene un tesoro, pero tener un amigo es cosa de dos, el fuego no existe por que sí, hace falta un combustible y un comburente, si uno de los dos no está la amistad, el fuego, no existe. Será pues imprescindible ir alimentando poco a poco esa llama para que no decaiga.
       Hoy, al llegar a casa después del trabajo me he encontrado con un paquete que no esperaba recibir, repaso mentalmente mi lista de posibles compras, nada, yo no he pedido nada y menos de este tamaño…, el paquete tiene un volumen considerable. Lo primero que se me viene a la cabeza es que sea alguna compra de la que duerme a mi lado. Pero mis dudas no tardan en ser borradas de cuajo, miro el remitente, el paquete proviene de Valladolid. Para nosotros en casa decir Valladolid es decir Apala, mi amigo Apala, aquel que conocí en la minúscula aldea de Rodellar del prepirineo oscense, de aquello hace ya muchos años. Fue un encuentro casual, de los que suceden de manera inesperada. Ya la primera noche compartimos borrachera, luego, con el tiempo, compartimos más experiencias, descensos de cañones, algunas cimas, algunas escaladas de poco pelo, visitas a Pucela y al pueblo de La Uña en la montaña leonesa, lugar donde nuestros amigos, hablo en plural por que son dos, Apala y Toña, tienen su oasis secreto para escapar del agobio del mundo de las prisas.
          Pero también ellos se acercaron a nuestra tierra ( aún lo hacen a día de hoy ), les enseñamos nuestra ciudad, Donostia, sus fiestas, sus gentes, les mostramos lo importante que es para nosotros sentarse alrededor de una mesa con amigos… Un día por fin tuve la ocasión de mostrarles algo que no conocían a buen seguro, les mostré el mar, pero no el mar visto desde tierra, ese, como la inmensa mayoría de los mortales ya lo conocían,  pude enseñarles el mar desde el mar. El mar, mi otra mitad, navegamos a vela. De esa forma pude sentir que parte de mi deuda la estaba saldando, la balanza se equilibraba, sabía que para ellos navegar a vela era una experiencia única, la mar estaba ayudando a que nuestra amistad se hiciera más firme, compartimos timón, escotas, y brisas…
       Pero volvamos al paquete, nada más leer el remitente una mueca de alegría se dibuja en mi cara, la curiosidad me emborracha y me apresuro a ver las entrañas de la misteriosa caja de cartón. La abro y  ¡¡ sorpresa !!, algo hecho a mano y de lana aparece, es grande, viene enrollado, lo extiendo y no doy crédito a lo que veo.
















 Es la portada del libro que un día escribí para mis hijas, me emociono al verlo, es una gruesa manta que Toña a tejido para nosotros, “La manta de los vientos” la ha bautizado Apala. No la busquéis en las tiendas por que no hay otra igual.














Es imposible no sentirse afortunado cuando uno tiene unos amigos así, son, una especie en peligro de extinción.
MUCHAS GRACIAS TOÑA Y APALA.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Recordando las noches

         Texto copiado de la publicación del equipo SCA de la VolvoOceanRace. Escrito el 1 de diciembre en algún punto del océano Índico al NE de Madagascar:

    Cuando era pequeña, mi madre me decía que no había nada más especial que ver las estrellas en alta mar. Abby está de acuerdo: “Lo que más me gusta de navegar de noche son las estrellas; y como no hay luces procedentes de ninguna ciudad pues se ven muchísimas”

Lo cierto es que no sabemos mucho sobre las constelaciones pero tampoco importa, es el universo en estado puro sobre nosotras. Esta noche, las condiciones son cálidas y con una brisa constante (que tiende a descomponerse poco a poco).

La navegación nocturna es la otra cara de la Volvo Ocean Race. Las cámaras necesitan luz para grabar y es realmente complicado poder documentar algo en vídeo sin embargo –para la tripulación- la navegación nocturna es igual de importante. A bordo del Team SCA (24/7) las tripulantes continúan luchando con todas sus fuerzas y de noche lo hacen como si navegaran con una venda en los ojos.

“La verdad es que me gusta mucho navegar de noche” decía Sam. “La navegación alcanza un nuevo nivel, de hecho mis mejores registros se dan de noche”.

Por la noche, si tienes suerte, no solo tienes las estrellas y la luna sino también los cálculos necesarios para llevar el barco y para orientarlo. Sin embargo, en otras circunstancias sucede todo lo contrario y solo tienes esos cálculos para navegar, porque por lo demás, estás a ciegas. Durante muchas horas (y hasta que no llega el amanecer) lo único que las chicas pueden hacer es mirar los números rojos del mástil.

La noche da lugar a un mundo nuevo. En el cielo hay estrellas fugaces, ves la luna, las constelaciones y en el mar las olas tienen un brillo de color verde. “Lo que más me gusta de navegar de noche es ver el brillo intenso del plancton” decía Justine. Cada vez que las olas chocan con la proa, el agua toma ese color verde y es como si hubiera electricidad en el mar.

“La noche es genial ya que no hay distracciones” comentaba Dee. “Sin embargo la parte del día en la que más me gusta navegar es en la puesta de sol. Es ese momento en el que puedes disfrutar de toda esa belleza que te rodea mientras saboreas una taza de te y disfrutas de esos cinco minutos que luego dan paso a la noche. De alguna forma siempre sabes que la noche va a ser dura por lo que no está mal disfrutar del atardecer”.

         

           Pues ha sido terminar de leer este artículo y ponerse mi mente a trabajar… Apenas he navegado de noche, diría que tan solo durante media docena de oscuras ocasiones he tenido la oportunidad de disfrutar de esa especial situación.
         Reconozco que lo he hecho además sin una tranquilizadora experiencia al timón, incluso recuerdo la opinión de algún amigo intentando disuadirme antes de soltar las amarras de mi pantalán en una templada tarde de verano... Pero siempre lo he hecho con buenas condiciones meteorológicas y asegurándome de la predicción.

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         Frente a la bahía de Txingudi y guiado por el haz del faro de Higer, he navegado algunas noches, eso sí, sin perder de vista los destellos lejanos de las luces de los que se sienten seguros con los pies en el suelo. Algo tendrán las noches que a tantos atrae, también buceando sucede, las inmersiones nocturnas llevan una carga adicional de emoción, la adrenalina se desboca por las venas, los sentidos se agudizan y nuestro cuerpo y, desde luego, que también la mente, pasan por diferentes fases que van desde una casi incontrolable excitación hasta una relajación solo comparable con el silencio que nos rodea.

          Sí, navegar de noche es así, escuchas al viento y la mar, el sonido de la proa abriéndose paso lo inunda todo y llega sin distorsiones hasta la popa, ajustas drizas y escotas, orientas tus velas y sigues adelante abriéndote paso en en el silencio, en la oscuridad. Una negra opacidad que parece querer devorarte, pero nada más lejos de la realidad, la noche nos recibe con sosiego, la veremos llegar posiblemente tras un espectáculo en el que sol y mar se abrazan, su visión nos aportará serenidad y en apenas unos minutos estaremos bajo un manto de estrellas. Si tenemos suerte y sopla brisa la experiencia será fenomenal, navegar al viento con buena mar bajo la atenta mirada de “Catalina” habrá pasado ya a ser uno de nuestros mejores momentos navegando.

        Reconozco que navegar de noche y sin demasiada experiencia acarrea cierto riesgo, pero como renunciar a esos momentos tan diferentes a los que vivimos a diario. Las dos noches que pasé entre la península y la isla de Menorca en el Olatua fueron de matrícula de honor, una luna casi llena que fue nuestro faro durante unas horas, el cielo sobre nuestras cabezas plagado de destellos que nos llegaban desde años luz, unas horas a solas con la rueda del timón mientras tus compañeros duermen, son momentos que solo los puedes vivir si das ese paso al frente, si un día dices “¿ por qué no ?”.

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       La bahía de La Concha en San Sebastián también nos acogió en una ocasión mientras dormíamos a bordo, todo un lujo para alguien que ha pasado una buena parte de su vida en esa ciudad. En aquella ocasión estuve además acompañado de mi familia, dormir a sotavento en la isla de Sta Clara fue una bonita experiencia para mis hijas. No olvidaré el amanecer siguiente con un cielo azul y una mar totalmente en calma, lo primero que hice con una de ellas fue darnos un baño e irnos nadando hasta la isla, fuimos sus primeros visitantes ese día.

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            En menos de tres semanas entraremos en el invierno, llegarán los temporales y los vientos helados del norte, será entonces muy difícil que pueda navegar una noche. Mientras añoramos aquellos momentos vividos a oscuras sintiendo más que nunca el viento, esperaremos pacientes a que llegue una nueva oportunidad para poder flirtear con la luna.