Ayer, al llegar a casa tras terminar el trabajo, leí una frase que hizo revolver algo dentro de mí, “anhelo soltar lastre, librarme de las cosas, acumular menos, depender menos, moverme con más sencillez”.
¡ Cuantos deseos esconden esas palabras !, “parece que lean mi el pensamiento…”, pensé. Llego a casa cansado, con la cabeza aún en otro mundo, en el mundo de la antxoa que se está pescando en estas fechas…un mundo de gritos, de prisas, un mundo de cierta avaricia, de mentiras y mentirosos, de pesca mal pagada, un mundo que está logrando saturarme, demasiados kilómetros…
El cuentakilómetros se puso a cero allá en los primeros años de la década de los 80, entonces comencé viajando con mi padre. Al cabo de unos años tuve que hacerlo ya solo y así sigo a día de hoy, sumando kilómetros solo, demasiados kilómetros…
La cifra exacta claro está que no la sé, pero hace tiempo ya que dejé atrás los 4.000.000 de km recorridos, demasiados kilómetros…
Esos más de tres millones de kilómetros son muchas vueltas a este planeta en el que vivimos. Son vueltas que en realidad no he dado y sin embargo sueño con frecuencia con una sola de ellas, una que me lleve sin prisas, una que me lleve el tiempo de una vida si hace falta, viajar sin prisas, vivir para viajar, y no lo que hago ahora, viajar para vivir.
La frase, la que leí al llegar a casa, fue pronunciada por Peter Matthiessen, naturalista y escritor, leerla en ese momento fue todo un revulsivo, un estímulo, estuve un buen rato dándole vueltas a esas palabras intentado hacerlas mías, yo también quiero soltar lastre, librarme de las cosas, acumular menos, depender menos, y sobre todo moverme con más sencillez, sin tantos kilómetros, sin demasiados kilómetros…
Esta vida que llevamos no tiene sentido, o cada vez lo tiene menos, olvidamos fácilmente lo felices que que podemos llegar a ser con algunas cosas sencillas. Pero mi rumbo lo veo cada vez más nítido, la aguja de mi brújula, o compás, como se dice en la mar, está fija. En mi derrota no hay espacio para el abatimiento ni la deriva. Mi barco navega hacia un lugar donde lo sencillo ocupa todo el espacio, sé que es un destino complicado de alcanzar, pero estoy seguro, cada vez me quedan menos kilómetros para llegar, procuraré que sean los menos posibles.
Entro en casa, cansado, mi ropa huele a pescado. Silencio en la cocina, silencio en las habitaciones, no hay nadie en casa.
Pongo música, alguien canta en francés, un fría cerveza corre por mi garganta mientras me dispongo a limpiar pescado para la cena. Hoy el mar nos ha regalado unas antxoas, estamos en temporada. Limpiar pescado, escuchar música, una cerveza fría, que poca cosa me hace feliz, pienso.
En unos minutos el pescado está listo y preparado, pronto caerá acompañado de unas finas láminas de ajo sobre el aceite caliente. La canción en francés ha terminado y la botella de cerveza está vacía, se ha terminado lo bueno, enseguida viene lo mejor, cenaremos esas antxoas que llevan, como yo, demasiados kilómetros. Vienen navegando desde aguas profundas, allí pasan el invierno, pero al llegar la primavera algo ocurre que son llamadas a ocupar aguas someras. Por el mes de Abril comienzan a acercarse a la costa hasta que una red se interponga en su viaje, de esa forma son sacadas de la mar, una mar que a ellas les da la vida y a nosotros también.
Antes de cenar damos un paseo por el puerto, por el deportivo, no por el del trabajo. Caminar por los pantalanes donde reposan amarrados decenas de veleros me reconforta. Mientras mis pasos me llevan de aquí para allí, sin rumbo fijo, mi vista se fija en algunas de esas embarcaciones que son impulsadas por el viento, leo sus nombres y algunos me invitan a soñar despierto, me veo agarrado al timón de algunas de ellas, un destino que poco a poco lo percibo cada día más próximo, menos incierto. Mientras deambulamos entre los barcos le cuento a mi mujer mis sueños, con su mirada sé que me comprende, aunque también que no comparte toda la historia… He intentado buscar un cómplice entre mis amistades, alguien con quien compartir calmas, vientos fuertes y olas, anocheceres y amaneceres y noches de estrellas y luna, pero bajar de las montañas para venirse a la mar no es fácil, está claro que las montañas les tienen bien sujetos.
En nuestro pasear escucho el sonido de las estachas al ser tensadas por el movimiento de los barcos y los pantalanes flotantes, hay mar de fondo y el agua sube y baja a su antojo intentando escapar de los muros que la oprimen. Hoy el viento sopla flojo y los obenques no silban, solo se escucha a las gaviotas en su ir y venir y el crujido de las amarras realizando su trabajo en las cornamusas. En la zona de carenado hay algunos veleros en dique seco, los están limpiando y aplicando la pintura contra las incrustaciones, sus dueños se esmeran para dejarlos relucientes. Dentro de un par de semanas será el turno de sacar mi velero, en unos días Zaldi volverá a estar impecable y listo para navegar y yo seguiré aprendiendo ese arte que es navegar a vela.
Estamos en Mayo y sin embargo el viento, aunque suave, aún es fresco, el paseo llega a su fin. Unas nubes oscuras que llegan por encima de Jaizkibel amenazan el tranquilo atardecer y todo apunta a que quieren descargar sobre Hondarribia, parece que las predicciones van a acertar, si mañana también lo hacen me temo que no habrá paseo. Hecho mucho de menos las noches de verano a bordo de Zaldi, dormir mecido por el mar tras haber navegado bajo el manto estrellado es… no tengo palabras.