miércoles, 7 de diciembre de 2016

Calma chicha

           Durante los otoños, al menos durante los últimos que recuerdo, vienen repitiéndose periodos de calmas más habituales en otros mares. La quietud en la mar, a pesar de ser un estado de máxima tranquilidad, suele provocar con frecuencia estados de nerviosismo y tedio. Llevamos meses en nuestra costa sin un solo temporal, las olas no han superado los dos metros desde el mes de Mayo, algo propio de mares tropicales. 

En estas últimas semanas la calma se ha acentuado, si cabe, aún más, la bahía de Txingudi se asemeja más a un mar interior que al Cantábrico, ese mar donde las olas, provenientes de las borrascas situadas en latitudes septentrionales, lo baten con cierta generosidad (o al menos así era hasta hace poco).

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En nuestra costa los ciclos de vientos de componente sur son habituales tras el verano, pero solían aparecer desde finales de septiembre hasta principios de Noviembre. El caso es que estamos a 7 de Diciembre, continuamos con la componente sur, la mar está como un plato y de momento las predicciones no apuntan cambios.

Hace unos días salí a navegar una mañana, la predicción era clara, calma, ausencia de viento, aún así quería sacar un rato las velas. El resultado de la tentativa fue el esperado, situado en medio de la bahía de Txingudi y con una ausencia total de viento y olas opté por lo más práctico, recogí el génova y la escota de la mayor y disfruté de una buena siesta a la deriva tumbado en cubierta bajo el palo. Era Diciembre en el Cantábrico y el termómetro marcaba 20º C a las 14 horas, algo que empieza a suceder con demasiada frecuencia.

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Los amaneceres con estas condiciones atmosféricas suelen ser espectaculares, el horizonte aparece limpio, sereno, y la mar suele encontrarse extrañamente silenciosa. Las pequeñas embarcaciones de pesca que parten antes del alba se dibujan en el horizonte inmóviles, las óptimas condiciones hacen que sean muchas más de las habituales las que estén con los aparejos en el agua, es un espectáculo que me recuerda a los amaneceres del Mediterráneo.

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Desde casa vemos la mar y un buen trozo de la costa francesa, es nuestra atalaya particular. Los días limpios alcanzamos a ver los primeros bosques de Las Landas más allá de la desembocadura del rio Adour. Por la noche, bajo un cielo estrellado es un espectáculo ver las luces lejanas de los barcos mientras faenan a unas cuantas millas de distancia. Hipnotinazo por el tintineo de esas luces me es fácil imaginar a los barcos faenando, me vienen a la mente los nombres de algunas embarcaciones que conozco y que en esos momentos están allí afuera, Atalaya Berria, Sanaga, L`Albatros, Orka II, Saint Jean Priez Pour Nous…

Por la mañana, ya en el trabajo, los veré descargando sus capturas en el puerto mientras esperan sacar un buen beneficio de la pesca, tras la venta apenas tendrán un rato para cargar algunos víveres y salir de nuevo pitando hacia los caladeros que hay en este rincón del Cantábrico, estos días la mar está siendo muy generosa y tienen que aprovecharlo.

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Mientras tanto, el resto de los mortales seguiremos disfrutando de paseos vespertinos, y veremos como el cielo y el mar intercambian sus colores formando atardeceres inolvidables. Y nosotros, en medio de estas calmas chichas, esperaremos a que llegue el primer temporal que marque el inicio del invierno, entonces nuestras tardes deambulando por los espigones que encierran al Bidasoa en su salida al mar se habrán terminado.

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domingo, 14 de agosto de 2016

Compartir, siempre compartir…

        A menudo compartimos objetos, yo comparto momentos, sensaciones, como decía un amigo mío, “sensaciones acojonantes”…

       Comparto con amigos alrededor de una mesa, en la montaña y ahora comparto en la mar, navegar y bucear me ha permitido además compartir con mi mujer, algo que no sucedía en los senderos, tal vez esa sea la razón por la que pasamos cada vez más horas a bordo…

 

         En la bocana del canal de Sta Engracia un suave viento del N nos recibe,

         dejamos por babor las señalizaciones que delimitan aguas poco profundas 

         y encaramos la salida al mundo de las sirenas…

        La mar de fondo del NW apenas se deja notar, no hay olas viajeras

       que llegan a nuestra costa desde cientos de millas más al norte.  

       En la desembocadura del Bidasoa, la pequeña ola formada por el viento choca

       con la corriente vaciante del río desordenando la superficie. 

       Hacemos dos bordos para escapar de la bahía orientada al Norte,

       el primero amurados a babor, proa al castillo de Abadie,

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        el segundo, amurados a estribor, proa al Cabo de Higuer.

       Por estribor quedan  Las Erretas, unas rocas que en las bajamares fuertes

      asoman por encima de la superficie, pero que hoy, las muy jodidas, no se dejan ver,

      no sería el primer barco que se va a pique ahí.

     Navegamos a rumbo directo con viento casi de través, las velas portan elegantes

     el viento que sopla constante, de vez en cuando la regala se acerca al agua

     en alguna racha, nos divertimos.

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     En aguas de Iparralde el castillo de Sokoa nos da la bienvenida a su bahía,

     cruzamos con las velas arriba las murallas que dan paso a la ensenada y buscamos

     abrigo dentro de la bahía fondeados frente al castillo.

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     Nos bañamos, comemos, charlamos, compartimos… Bajo el casco de Siracusa

     pasan a menudo bancos de alevines, suben hasta la superficie pero se sumergen enseguida

     asustados por los vuelos rasantes de las gaviotas.

    No tarda en aparecer otro depredador, un arrantzale larga una red de fondo

    desde su embarcación, esta noche el arte de pesca hará su trabajo y mañana, el pescado

   atrapado en la malla, podrá venderlo en la pequeña lonja del puerto de Ciboure.

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     El sol está cayendo, sus rayos ya no queman y prolongamos olvidados del reloj nuestro fondeo en Sokoa.

     Mientras, charlamos, recordamos a amigos, hablamos de montañas, de islas, de proyectos,

     de un futuro  que ya no se ve tan lejos, de lugares increibles…

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    El sol se esconde tras la muralla, es el momento de partir, disfrutaremos

    del último aliento del sol en mar abierto. Largamos la estacha que nos mantenía

    sujetos a la boya y con el motor a bajas revoluciones nos dirigimos a la salida de

    la rada. Un pescador, apostado bajo el dique, disfruta de su soledad mientras

    tienta la caña.

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   La brisa ha calmado un poco pero aún sopla lo suficiente para navegar a vela.

   Izamos la mayor, enseñamos toda la génova al viento  y este las pone a trabajar, la proa

   de Siracusa apunta al islote de Amuitz postrado bajo el faro de Higer.

   Intento impregnarme de la inmensa paz que disfrutamos en estos momentos,

   solo percibimos el sonido del barco abriéndose paso en la mar.

  Mis amigos se colocan en proa y mi mujer y yo nos quedamos en popa,

   es entonces cuando te sientes pleno de vida, una mano en el timón y la mirada

   perdida en el horizonte, linea que poco a poco, con la llegada de la noche,

   se va escapando de nuestros ojos.

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   Las luces de la costa ya brillan, el faro de Higer luce su candela

   y las primeras estrellas aparecen sobre nosotros.

  No tardamos en reconocer la Osa Mayor, cae la noche y el viento no cesa,

  nos llega del NNW cuando nos situamos frente a Las Gemelas y ante

  nosotros se abre la bahía de Txingudi. Reconocer las luces que marcan la entrada

  entre los espigones de Hondarribia y Hendaia no es sencillo, el viento va menguando

  su soplido según nos adentramos en la bahía, avanzamos despacio, sin prisas,

   algunas pequeñas embarcaciones están fondeadas pescando en la oscuridad.

   Es una noche de verano, templada, negra y ahora ya, sin viento…

   Frente a la playa decidimos arriar velas, Eolo se ha ido a dormir

  y nos ha abandonado. Despacio, para no molestar a la noche con el ruido del motor,

  navegamos por el Bidasoa hasta llegar a nuestro pequeño puerto. Con Siracusa

  ya amarrado y arranchado nos despedimos de nuestros amigos.

   Han sido unas horas que ojalá hubiesen sido más, interminables mejor, compartiendo

   con amigos sensaciones acojonantes.

 

           Navegamos al viento, como se lleva haciendo siglos, quizás sabernos herederos de aquellos

   fenicios, dueños del Mare Nostrum, sea la causa de nuestras sensaciones,

   sensaciones que desalojan de nuestros cuerpos tensiones, apatías, y nos inundan de

   imaginación, esperanza y fortaleza.

        Como bien dice mi amigo Paco, “buscamos conocer lo que desconocemos, es el espíritu que nos hace ir siempre más alla, hacia lo ignoto y desconocido”.

           Y es ahora, después de estos años aprendiendo a navegar, cuando me siento enorme

   pero diminuto a la vez, tengo a mi familia más cerca que nunca de mí, mis hijas, mi mujer,

   mis padres y hermano, todos ellos van tomando su posición en el mundo y siento que yo me voy

   acercando a la mía.

 

     

miércoles, 13 de julio de 2016

La última dosis de Mediterráneo

            Hace ya unos cuantos años, 16 para ser exactos, que comenzamos una intensa relación con el Mediterráneo, concretamente en la Costa Brava. Las islas Medas fueron las testigos de nuestras primeras inmersiones, allí comenzó el flechazo. Desde Blanes hasta más allá del Cabo de Creus hemos ido visitando lugares que nos han cautivado y conseguido que, con un imán a un trozo de hierro, nos hayan atraído constantemente.

        No tardamos en ser dos más en casa, nuestra pasión por ese trozo del Mare Nostrum comenzamos a transmitírsela a nuestras hijas y no nos costó encontrar lugares que engancharon también a ellas.

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        En el 2.009 visitamos Calella de Palafrugell, desde entonces establecimos allí nuestro “campo base” en las vacaciones. Así, comenzamos a visitar con nuestras hijas los pueblos, calas y rincones de esa costa embrujadora.

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      Hemos intentado durante estos años impregnarnos de la cultura de aquella tierra, ser mediterráneos, como ya he dicho en alguna ocasión.

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     Poco a poco hemos aprendido lo que hemos podido, su clima, sus vientos, su idioma, su gastronomía han calado en nosotros como no podía ser de otro modo.

      Pero nuestras hijas han ido creciendo y la Costa Brava ya forma parte de una etapa de su vida. Seguro que mañana la recordarán con agrado, los recuerdos se amontonarán en su memoria y probablemente algún día vuelven a ella. Allí han disfrutado como lo haría cualquiere crío, no olvidarán las calas escondidas, sus fondos transparentes, incluso alguna cueva en la costa donde entramos a una inquietante oscuridad. La visita bajo el agua a algún pulpo en su guarida, coleccionar orejas de mar, recojer los caparazones de erizos han sido diversiones constantes.

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      Hemos podido disfrutar de paisajes inolvidables, de amaneceres y atardeceres únicos y de una luz como no hemos encontrado en ningún lugar.

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      Pero todo lo que empieza, acaba, nuestras hijas ya tienen una edad que pide más, saben mejor que nadie que hay más lugares para descubrir y además pronto lo querran hacer sin nosotros. Este año hemos vuelto a la Costa Brava, a Calella de Palafrugell, lo hemos hecho sabiendo que iba a ser la última visita de un ciclo. Nosotros, mi mujer y yo, volveremos algún día tal vez para algo más que unas vacaciones, Calella de Palafrugell, Llafranc, Port de la Selva, Cala Sa Tuna, Tamariu, Begur, Port Lligat, Cadaqués y otros muchos más nombres han quedado para siempre acomodados en nuestra memoria.

       El último día de nuestra visita de este año quiso venir a despedirse un viento muy característico de aquella tierra, el Mistral, amanecía en la Costa Brava y ya se dejaban ver unos cuantos veleros disfrutando del viento. Fue como si el viento nos estuviese diciendo, “mirar lo que os perdéis”…

      Nos despedimos dando un paseo a primera hora hasta Llafranc aprovechando la pista que recorre el litoral, es un paseo corto, apenas 20 minutos separan los dos pueblos, pero que nos ha servido muchas mañanas para despertarnos mientras mirábamos al Mediterráneo.

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        Despedirse de un lugar así no es sencillo, allí hemos visto crecer y evolucionar a nuestras hijas y hemos disfrutado muchísimo. Nos hemos dado cuenta que no somos los únicos enganchados a todo aquello, durante estos años hemos coincidido con otras gentes que, como nosotros, volvía allí como si de un ritual se tratara.

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     Hoy, ya de vuelta en casa, solo hemos podido hacer una cosa para intentar mitigar nuestra melancolía, navegar e imaginar que lo hacíamos frente a la Costa Brava…

jueves, 23 de junio de 2016

Solo mar y viento

 

Entonces, ¿ por qué zarpamos ?

En primer lugar, ¡ porque nos gusta navegar ¡

El navegante de recreo es un ser muy original que paga muy caro, en dinero y preocupaciones, el placer de balancearse sobre el mar. Pues no solo se balancea, sino que sufre incesantemente: por su barco, por sus compañeros, por el mismo; por su honor, que considerará perdido si se atolondra, si realiza una falsa maniobra e incluso si no sabe sacar el mejor partido posible (en el que la voz “mejor” se halla determinada por un evangelio misterioso y arcano) del tiempo que encuentra. Momentos hay en que se halla colmado de felicidad, belleza e incluso dulzores; otras veces lo estará de pureza, exterior e interior, y es tal vez aquí donde se encuentra la pequeña llave de oro de su paraíso; pero todas estas alegrías, e incluso esta pureza, se ven menoscabadas sin cesar por infinitas aprensiones, precauciones a largo plazo que él sabe que debe tener en cuenta, según su deber, prevención de lo peor, pesimismo extremado, llamado vulgarmente previsión, etc. Si gobernar es prever, navegar es prever lo que hay que prever.

Todo esto es tan cierto, que los navegantes por placer no encuentran ninguna explicación a su pasión, así como tampoco ninguna legitimación; se encogen de hombros y dicen: “ Estoy intoxicado por el agua de mar “. Consideran su vicio como algo patológico. Cual morfinómanos, necesitan su dosis…

Jean Merrien, 1954.

 

martes, 19 de abril de 2016

Objetivo Leviatán

       John Milton escribio, “allí Leviatan, la mayor de las criaturas, en las profundidades como un extenso promontorio duerme o nada, y parece una isla en movimiento; y por sus agallas recoge, y al respirar expulsa, todo un océano”.       

      Con ese nombre, Leviatan, se le ha conocido desde tiempos inmemorables, en varios pasajes religiosos judios se le cataloga como monstruo marino, creado en el quinto día de la creación y en el cristianismo se le asocia con Satanás. El caso es que durante mucho tiempo han sido, las ballenas, perseguidas, cazadas, diezmadas hasta casi su extinción.

     Observar un gran animal en su medio es sin duda uno de lo mejores espectáculos que nos ofrece la naturaleza. Las ballenas son los últimos de semejante tamaño que existen en nuestro planeta, por desgracia algunos paises parecen estar empeñados en acabar con ellos… Cada vez que salgo a navegar no puedo evitar pensar en un avistamiento, es lo que más ilusión me hace. Hasta la fecha mis encuentros no han pasado de los delfines y recientemente una pareja de calderones. Hace unos años, en la isla de La Gomera, pudimos disfrutar de un encuentro con dos cachalotes, imposible olvidar sus colas sumergiéndose ante nosotros.

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        Por aquellas latitudes es bastante más fácil observarlos que frente a nuestras costas, pero aquí haberlos haylos, vaya que sí. De vez en cuando aparece alguna noticia al respecto en los periódicos, el año pasado una yubarta o ballena jorobada se estuvo paseando frente a nuestro pueblo dando algunos saltos espectaculares.

Ballena jorobada o yubarta

         A unas 15 millas al norte del Cabo de Higuer se situa un gran cañon submarino conocido como La Fosa de Capbreton, son aguas muy profundas en las que existen corrientes ascendentes cargadas de nutrientes, algo que en la época de Mayo a Septiembre ayuda al encuentro con grandes animales.

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      Este verano volveremos a ser un poco piratas y nos acercaremos hasta allí, la esperanza de tener un encuentro con algún gran mamífero es cada día más fuerte, mientras navego oteo siempre el horizonte buscando el soplido característico de esos animales. Este pasado fin de semana no tuve que irme tan lejos para ver cetáceos, tan solo a media milla de distancia de la costa pude disfrutar con dos calderones jóvenes, fueron solo un par de minutos hasta que se percataron de mi presencia, luego, se sumergieron y no volví a verlos.

 

Hay dos libros que tratan extensamente sobre el tema, uno, Leviatán o la ballena y dos, Chimán. El primero lo he adquido recientemente y su lectura se adivina adictiva…

domingo, 31 de enero de 2016

Un huerto con olor a mar

        

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         Sin buscarlo ni perseguirlo, ha sido él quien ha venido a nosotros. La suerte y alguna carambola han querido que un pequeño y olvidado huerto, vaya a llenar de ahora en adelante muchas ratos tras acabar el trabajo diario. Será una buena alternativa a los días de mala mar.

          Nunca hemos tenido nada parecido, asi que toca volver a aprender, no sabemos nada de plantar, de regar, de recoger frutos y verduras, pero bueno, que importa no saber. ¿ Acaso sabíamos algo antes, antes de navegar, antes de bucear, antes de ser cuatro en casa ? No cabe ninguna duda de que la vida es un aprendizaje continuo, y más vale que sea así, que aburrida es la monotonía…

        Cuando nos enseñaron por primera vez el lugar, nuestra reacción fue la de unos ilusionados novatos a los que la visión de un arduo trabajo no les asusta, al contrario, les motiva. El terreno era un completo vergel, aunque ya fue huerto hace años, el fallecimiento de la persona responsable de su cuidado hizo que el abandono facilitase el crecimiento de espinos, zarzas, malas hierbas y el lugar fuera olvidado como se olvida un antiguo barco en un varadero, dejándolo morir poco a poco. Pero hasta el más desvencijado de los barcos puede ser recuperado y volver a navegar, con este huerto está pasando igual.

         Su entrada, guardada por una  vieja verja, estaba colapsada por una maraña de plantas invasoras, zarzas y gran número de ramas que colgaban de un melocotonero situado cerca de la puerta. Unas escaleras ocultas por barro y hierbajos marcaban el camino de entrada, pero tan solo era posible descender por ellas 4 ó 5 escalones antes de toparnos con la vegetación.

       Nos abrimos paso como pudimos intentando llegar hacia el fondo del terreno, pero fue imposible pasar de la mitad. Entonces algo nos llamó la atención, un embriagador olor a azahar llegaba a nuestras pituitarias, y como no, ¡ allí estaba, un precioso mandarino repleto de frutos !

Una imagen de la entrada con las escaleras ya liberadas de zarzas y grandes ortigas. Aún nos quedaba mucho por limpiar.

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Una vista de la entrada con el viejo melocotonero, hay un deposito para recoger el agua de lluvia.

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El mandarino citado.

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         Para limpiar todo aquello nos hicimos con unos cuantos aperos para trabajar la tierra, una azada y una azadilla, un rastrillo, tijeras de podar y una cizalla para cortar las ramas más gruesas. Poco a poco, cortando, apartando y amontonando ramas llenas de espinas, grandes ortigas y otra vegetación invasora, fuimos abriéndonos paso hacia el interior. Una vez cortado todo lo que nos impedía entrar, tocaba sacar las raíces de toda esas plantas invasoras.

El terreno una vez limpio de toda la vegetación invasora…

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        Hecho esto, me dirigí al caserío de un amigo que me iba a dar los kg de abono natural, estiércol ( simaurra o simorra se le llama por aquí ), que necesitará. Le dimos la vuelta a unos 60 m2 de tierra con azadas, parcelamos el terreno según lo que tenemos previsto plantar, esparcimos el estiércol y ayer plantamos nuestras primeras cebollas, ajos, y algunas plantas aromáticas que utilizaremos en la cocina. 

Parte de las 200 cebollas que hemos plantado

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La primera fila lista para ser cubierta de tierra

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El trabajo terminado

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         Pronto empezaremos a poner lechugas, puerros, tomates y alguna otra hortaliza, de esa forma ganaremos terreno a nuestro proyecto de cocina de km 0. Dentro de unos meses haremos nuestra primera recogida de frutos de nuestra propia huerta, será un bonito momento. La calidad de la tierra ya nos la han mirado y parece ser que es de buena calidad, el anterior dueño se ocupó de que estuviera bien abonada. Quien sabe, tal vez aprendamos un día también a pescar desde el barco y entonces seremos un poco más autónomos.

       Va ser nuestro huerto con olor a mar, enfrente tenemos la bahía de Txingudi. Un lugar, que si cuidamos de él, seguro que sabrá correspondernos. No somos precisamente unos expertos en la materia, pero ahí, la figura de mi suegro Ernesto será fundamental, él sí es un hombre acostumbrado a trabajar la tierra, sus consejos serán fundamentales.

      El hueco que ocupa el mandarino servirá para recordar al Mediterráneo, unas plantas de albahaca no faltarán. Nuestra intención es acondicionar bien todo el terreno y tener allí un sito reservado para poder comer con amigos y familiares rodeados de nuestras plantas. Aún queda por hacer, tenemos que vaciar el lugar de todo lo que hemos cortado y arrancado, pero poco a poco el huerto va cogiendo forma y de aquella selva que encontramos al llegar ya no queda nada, lo más duro está hecho, ahora toca ponerlo bonito y cuidarlo.

A la izda contra la pared se puede ver el espacio dedicado a las aromáticas y los ajos.

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