lunes, 2 de octubre de 2017

Corta la quilla

Hace unos años tuve la oportunidad de bucear en un bajo situado frente a la costa del monte Ulía, en Donostia. Su nombre, conocido por buceadores y pescadores como Pikatxilla, traducido al castellano “corta la quilla”, creo que lo dice todo.

Es una roca que en bajamar apenas queda a un metro o poco más de la superficie, suficiente para mandar a pique a una embarcación que choque con ella. En su vertiente norte tiene una caida en picado hasta los –30 m, esta profundidad es la causa de que las inmersiones no sean muy prolongadas. En el fondo, a los –30 m, se suele estar unos 15-20 minutos para evitar entrar en parada de descompresión, luego, el ascenso se hace progresivamente por una pared donde puede verse mucha vida. Alrededor de la roca nos toparemos con diferentes restos de naufrágios, es muy conocida una antigua caldera perteneciente a un vapor alemán, tambien pueden verse restos de otros naufragios más recientes pertenecientes a pesqueros locales.

Pero la sorpresa llegó hace unos pocos años cuando quedó a la vista, tras haberse ido gran cantidad de arena del fondo, los restos de un barco de madera del siglo XVII o XVIII. Bucear en la Pikatxilla siempre resulta emocionante, es sin duda un lugar emblemático.

Xabier Anatol, un arrantzale pasaitarra ya jubilado, conoce como nadie esa zona maldita para cuantos viven de la mar, no en vano ha visto a lo largo de su vida multitud de barcos accidentados en dicho punto. En algunos de ellos incluso llegó a intervenir para ayudar a recuperar los buques embarrancados, coincidiendo con el tiempo en que trabajó para una empresa de remolcadores marítimos..

«Lo cierto es que en ese sitio se han perdido bastantes barcos y otros muchos han tocado el fondo, porque se trata de una roca muy pronunciada que, con las bajamares y si hay un poco de ola, queda casi al aire, pero el resto del tiempo no se ve. En días de niebla, ahí también se han perdido embarcaciones que, de camino a Pasaia, viniendo de San Sebastián, han solido pegar en ella. Es lo que le pasó hace muy pocos años a un barco que acabó embarrancando en la playa de La Zurriola», explica.

La lista de nombres de naves que han sufrido accidentes en Picatxilla es interminable. Anatol hace memoria de uno de los casos que más le impactó, el protagonizado por el pesquero 'Luis Adaro'. Aún recuerda cómo este pegó en la roca y fue a embarrancar a la entrada de la bancha oeste del puerto de Pasaia, en Senekozulua. «Ocurrió a principios de los años cincuenta y fue muy conocido, ya que el salvamento resultó bastante difícil. Hubo que poner cables a tierra», cuenta.

A su memoria vuelven las imágenes algo más recientes de los tres veleros que corrieron la misma suerte que el 'Berriz Patxiku'y hubieron de ser rescatados. «Todo el mundo escapa de la Picatxilla. Es un bajo que todos los patrones de pesca de cerco conocen muy bien», afirma.

Pero si este punto de las faldas del monte Ulia es tan peligroso, ¿por qué los barcos continúan frecuentándolo? «Porque es una zona buena para los barcos de bajura. Todo el pescado come en las rocas, como la lubina y otras especies. Si los barcos quieren comer, tienen que arriesgar. Además, entre 1945 y 1950 este era también un sitio de contrabando enorme», señala el arrantzale retirado.


miércoles, 16 de agosto de 2017

La derrota de un sueño.

Las hay para todos los gustos y de todos los tamaños, pero si hay una caracteristica común a todas ellas, las islas, esa probablemente sea el aislamiento. Ciertamente no es lo mismo vivir en una de ellas cerca de un continente que hacerlo en otra a cientos o miles de kilómetros de tierra firme. Algo tendrán esas porciones de tierra para que hallan sido protagonistas de tantos y tantos mitos literários, ellas poseen el atractivo de lo desconociodo y remoto, razón suficiente por la que muchas personas se sientan irremediablemente atraidas por ellas. Han sido soñadas, buscadas, halladas, conquistadas, usurpadas. Han pertenecido a la literatura desde siempre, Homero ya situó en una de ellas, Ítaca, el hogar de Odiseo (Ulises).
El título de esta publicación puede llevar a confusiones, no hablamos de derrotar un sueño, los que viven del mar, los navegantes, ya saben a que me refiero, una derrota no es sino la trayectoria o el rumbo seguido por una embarcación sobre el mar, por ello, lo que aquí se lée es un viaje soñado, muy deseado, más aún, es una travesía que un día llegará, los que me conocen, los que viven cerca de mi, saben de mi obstinación... A menudo suelo recordar cuando tomé por primera vez el timón de un pequeño vaurient, ante mí apareció un nuevo mundo del cual ya no he querido salir. Leonardo da Vinci escribió, “una vez hayas probado el vuelo siempre caminarás por la Tierra con la vista mirando al cielo, porque ya has estado allí y allí deseas volver”, cuanta razón tenía.
He visitado tan solo 9 islas habitadas, pero en cada una de ellas me he fijado en algunas características de sus habitantes, en sus costumbres, su ritmo de vida y he intentado imaginarme viviendo en su aislamiento. Algo tienen los isleños que les marca, algo que a mi me atrae, tal vez sea eso, su aislacionismo. Me encuentro cansado, harto del ritmo de vida tan absurdo que llevamos, tal es así que lo que mi mente me pide es eso, desnonexión… Sí, ya se que muchos me dirán que puedo cambiar mi ritmo de vida sin escaparme a una isla y tal vez tengan razón, pero creo que he caído en la tela de araña tejida por las plumas de tantos y tantos escritores que lograron hacernos viajar con la imaginación mientras leíamos sus relatos. Además, confieso que me gustaría hacerlo, ir a una isla, navegando en mi propio barco. De unos años hacia aquí, el Mediterráneo ha ejercido sobre nosotros un magnetismo tal que pensamos en él casi a diario, esa atracción es tan visceral que tenemos un plan A para el futuro íntimamente ligado a ese mar, una navegación hasta el Mare Nostrum del que se dice allí empezó todo… Seré aún mas conciso, son en particular los archipiélagos griegos los que, como a Ulises los cantos de sirenas, tanto nos atraen. Sabemos que aún hay islas en los que la vida transcurre a un ritmo que tenemos olvidado, lugares donde el equilibrio, la cadencia de sus habitantes, la marca el Sol.
Se que puede sonar aún lejano, pero es nuestra ilusión, un día partiremos, dejaremos atrás todo eso que nos tiene sujetos en tierra firme, será algo así como nuestra recompensa vital. Partiremos en un viaje sin fecha prevista para el billete de vuelta, nuestro cuerpo ya no tendrá el vigor de cuando éramos jóvenes, pero esperamos que la ilusión la mantengamos intacta cuando llegue el día. Tal vez, en alguna lluvia de Perseidas, deberíamos pedir un deseo…
Pero todo camino empieza con un primer paso, y el nuestro será grande, muy grande, para navegar por el Mediterráneo tendremos que rodear primero la península y atravesar las columnas de Hércules en el estrecho que separan África y Europa. Una vez en el Mare Nostrum buscaremos las islas que más nos atraigan mientras nos acerquemos a nuestro destino. Primero será el turno de alguna de las islas Baleares, y luego, luego nos quedará por delante un mar tan deseado como desconocido para nosotros, nos gustaría llegar a Bizerta en la costa tunezina, Pantellaria, la isla italiana conocida como la hija del viento, será una recalada obligada. Las islas Eolias, al norte de Sicilia, morada del dios Eolo, sería otro de los lugares a visitar. Antes de abandonar Italia podríamos recalar en Leuca, puerto situado en la punta del tacón de la bota italiana. Desde allí, con una singladura de poco más de 50 millas, tocaríamos las primeras islas griegas, las Jónicas. En estas islas tendríamos mucho que ver y visitar, personas y lugares. Más adelante, atravesaríamos el canal de Corinto que nos daría paso al golfo Sarónico, y luego ya el mar Egeo, el mar azul del que el escritor griego Nikos Kazantzakis escribió, “feliz el hombre que antes de morir ha podido navegar por el Egeo. En ningún otro lugar se pasa tan serenamente de la realidad al sueño”.
Derrota
Sin prisas, al ritmo que marquen viento y sol, escondiéndonos de la mala mar y conociendo pueblos y gentes, así nos gustaría que fuese nuestro viaje, una travesía cuyo destino será una isla que aún desconocemos, un mar que será nuestro hogar durante… un tiempo, ese es nuestro sueño. Para entonces seremos poseedores de un bien del cual ahora nuestra sociedad adolece, tiempo. Nuestro barco también tendrá ya que ser otro, mayor, más seguro, más confortable, nos gustaría compartir la experiencia con algun amigo, pero de momento no parece que vaya a ser algo sencillo de conseguir, pero bueno, aún falta tiempo y este irá poniendo todo en su sitio. Mientras tanto seguiremos aprendiendo, navegando, pensando en nuestra isla y escuchando consejos de los que conocen aquello. Los grandes viajes se realizan tres veces, una bajo la atenta mirada de la ilusión mientras lo preparamos, dos cuando lo llevamos a cabo y tres cuando lo recordamos.
                                                   Greek flag map
Jónicas, Cícladas, Dodecaneso, Espóradas, son nombres que nos empiezan a ser familiares y nos sentimos atraídos por ellos, un día, esperamos que sea más pronto que tarde, serán nuestro refugio.
“He aprendido lo que cualquier soñador necesita saber: ningún horizonte es tan lejano que no lo podamos alcanzar o superar”, Beryl Markham.




lunes, 1 de mayo de 2017

Fuerza 10, vendaval en el Cantábrico

No suelo ser muy dado a competir en regatas, no veo a la mar como un lugar donde disputar nada. Pero la regata “La Gaviota” tiene algo que me atrae, tal vez su popularidad o la distancia a recorrer sean las causas de esa atracción.

La salida suele darse al mediodía en Getaria, pueblo costero de Gipuzkoa, y se trata de llegar hasta las inmediaciones de la plataforma marina que tiene Repsol cerca de Bermeo, frente a la costa de Bizkaia, y vuelta a Getaria. En total suelen ser unas 50 millas a rumbo directo pero que se alargan algo ya que normalmente en la ida o en la vuelta, dependiendo del viento que sople, hay que hacer algún bordo ciñendo. Es, como decía, una regata de participación muy popular, normalmente suelen acudir a la cita alrededor de una treintena de veleros de fabricación de serie de esloras comprendidas entre los 30 y 40 pies. En mi caso suelo ir invitado – era ya la tercera ocasión - a bordo del Xibika, un Beneteau First 36 que navega de maravilla, es un buen barco sin duda.

Ayer partimos con una meteorología casi de verano, 20ºC, viento suave del SE y cielos bastante despejados. Tras la ordenada salida, el viento se mantuvo suave del SE casi dos horas e hicimos medias de 6 kn de velocidad utilizando el spi, esa vela que a mi se me antoja siempre tan liosa. Pero tras ese comienzo tan benigno, el viento fue cayendo y durante más de una hora nos que damos con muy poco viento, avanzamos a tan solo 2-3 kn. Pasado ese tiempo de calma reaparecio el SE con una intensidad que nos volvió hacernos avanzar a buena velocidad. Sobre las 16:30 viramos en la baliza colocada por la organización y pusimos proa a Getaria, pero ahora el viento lo teníamos en contra, por los que comenzamos a ceñir dando algunos bordos. El viento empezó a arreciar y aparecieron las primeras rachas de 20 nudos como estaba previsto por la meteo para la tarde, gracias a que eran vientos del sur no se estaba formando mucha mar y manteníamos buena velocidad.

El viento, poco a poco, casi sin darnos cuenta, empezó a subir, cogimos el primer rizo a la mayor y seguimos avanzando a buena velocidad. A la vez que el viento subía también fue este colocándose más al sur, algo que nos vino muy bien para ir acercándonos a Getaria. A las 20 h, el viento ya llegaba a 30 kn  y nosotros seguíamos acercándonos a Getaria, ya veíamos la luz de su faro. Fue entonces cuando nos dimos cuenta que no teníamos el cabo del segundo rizo de la mayor, se había soltado del ollado y salido de la botavara, no podíamos ahora ya volver a meterlo con esas condiciones de navegación, asi que optamos por enrollar un poco el génova. Pero en contra de lo esperado el viento empezó a soplar como nunca me había tocado a mi soportar en la mar, en unos minutos se hizo de noche, las rachas más fuertes sobrepasaron los 50 kn y el viento se fue más al sur todavía, casi se puso algo del SW. Nosotros ya habíamos sobrepasado la posición del faro de Getaria y teníamos que virar ya para llegar a la meta, esta se encontraba a unas 5 millas de distancia, pero la fuerza del viento era tal que nos obligó a recoger por completo el génova. Con ese panorama, viento de 50 kn y solo con la mayor, intentamos virar con precaución pues una racha descontrolada podía colocarnos con el palo en el agua a oscuras, nos sujetamos todos con lineas de vida e intentamos la maniobra. Pero el barco no viró, al llegar al punto donde la proa apunta ya al viento esta no pasó de ahí, nos dimos enseguida cuenta que iba a ser una maniobra muy difícil de ejecutar en esas condiciones, al no tener génova y la mayor ya un rizo cogido no disponíamos del suficiente empuje para virar.

Getaria empezó a quedarse atras, el viento nos llevaba cada vez más al oeste y tomamos la decisión de abandonar la regata, llamanos por rádio a la organización, les comentamos nuestra situación y que optábamos por salirnos de la regata. Nos advirtieron que había otros veleros en condiciones parecidas o peores que las nuestras, hay que recordar que participaban veleros de esloras más reducidas que seguramente se les estaba haciendo a ellos más duro todavía este vendaval.

Pusimos entonces motor y planeamos la maniobra para arriar la vela mayor, que la llevabamos ya con la escota muy largada para que apenas portara viento, aproarnos al viento lo veíamos arriesgado, si el barco se cruzaba al viento con la escota recogida podíamos acabar con el barco tumbado en el agua, asi que optamos por otra opción. Con la escota de la mayor largada por completo uno de nosotros se sujetó a la base del palo y empezó a tirar de la vela hacia abajo, algo pudo arriarla, entonces yo recogí un poco de escota y traje la botavara algo hacia dentro, luego volvimos a arriarla otro poco y volví a recoger otro poco de escota, esa maniobra la fuimos repitiendo varias veces, mientras, otro tripulante iba sujentando como podía con un cabo la vela que íbamos recogiendo. Toda esta maniobra nos llevó media hora hasta que la vela estuvo bien amarrada en la botavara, fue un rato complicado que se me hizo eterno, cuando por fin vimos todos la vela sujeta respiramos, ya solo nos quedaba volver a motor a Getaria, algo que también hubo que pelearlo pues el viento lo teníamos casi de proa. Nos llevó dos horas entrar a puerto, hubo que estrujar bien el motor para que nos dejara avanzar. Al llegar vimos como una embarcación de salvamento marítimo salía con las luces de emergencia ecendidas y los motores a tome, ya imaginábamos lo que podía suceder, a la mañana siguiente nos lo confirmaron, un velero había solicitado el rescate al que darse sin velas ni motor.

Para mi ha sido una experiencia importante, en la mar se aprende de esa forma, a base de vivir diferentes situaciones y saber resolverlas. Los tripulantes con los que iba sabieron transmitirme la tranquilidad necesaria para saber estar ahí, creo que es fundamental no perder los papeles ni tomar decisiones erroneas que puedan poner en riesgo la integridad del barco y sus tripulantes. El barco no sufrió daños ni roturas aparentes y dio muestras de una gran solided, pero a todos se nos pasó por la cabeza que podíamos tener algun percance, con 50 kn de viento (casi 100 km/h) y de noche uno solo piensa en que en cualquier momento va a partirse algo.

El año que viene volverá a celebrarse una nueva edición de esta bonita regata, quien sabe, tal vez vuelva.

 

martes, 21 de marzo de 2017

Leticia, la tenaz ballena de Hondarribia

                       Moby Dick

No sé si será por el cambio climático o por que razón, pero los avistamientos de grandes cetáceos cerca de nuestra costa se están convirtiendo casi en un clásico. Ya hay varias empresas dedicadas al turismo de avistamiento de ballenas y es que el encuentro con grandes rorcuales u otros mamíferos es todo un espectáculo, quien iba a decirles a los pescadores de hace ya unos cuantos siglos que dedicarse a llevar a gente a ver ballenas podría ser un negocio…

Aunque hay datos que permiten afirmar que ya en el siglo VIII se cazaba la ballena en nuestras aguas, los primeros documentos escritos son del siglo XI. La primera muestra gráfica en Europa que da fe de los hechos procede de Hondarribia, el sello del concejo de Hondarribia de 1297 así lo confirma.

                            

La caza de la ballena en el Cantábrico tuvo su mejor momento en los siglos XIII y XIV, fue decayendo a lo largo de los siglos XVI y XVII y prácticamente desapareció en el XVIII. En Hondarribia entre los años 1610 y 1615 se mataron 21 ballenas, y sólo en el año 1631 se capturaron cinco de estos cetáceos. Durante el siglo XIX, en todo el litoral cantábrico tan sólo se cazaron cuatro ejemplares, uno de ellos en Hondarribia en 1805 “y acudió la población de San Sebastián a verla como objeto raro”. En el siglo XX la única captura realizada fue un ejemplar en Orio en 1901, con la ayuda de dinamita.

Sólo perseguían a un tipo de ballena: la Balaena Biscayensis, ballena de los vascos o ballena vasca –hoy denominada como ballena franca del Atlántico Norte o Eubalaena glacialis-. Y la perseguían por varias razones fundamentales: nadaba muy despacio y era de carácter tranquilo (ambas cosas hasta que resultaba herida), se acercaba mucho a la costa y entraba en aguas poco profundas, tenía una capa de grasa mayor que las demás (hasta un 45% de su peso); y, sobre todo, porque su gruesa capa de grasa la hacía permanecer a flote una vez muerta. Sus propias denominaciones de ballena franca, right whale o el prefijo “eu” de Eubalaena, se refieren a que era la ballena buena, la correcta, aquella que había que perseguir.

Pasaban el invierno en el golfo de Vizcaya, entre octubre y marzo, y después volvían al Atlántico Norte. Los arrantzales la llamaban Sardako Balea. Lo que no deja de ser curioso porque, aunque se movían en grupo por el Atlántico Norte, aquí solían llegar en solitario, pocas veces en pareja, y excepcionalmente en grupos muy pequeños.

 

BallenaHondarirbia

Las migraciones de los cetáceos son bastante estables, y también suelen ser estables las rutas individuales de cada uno de estos mamíferos, hasta el punto de ser reconocidos en las costas que visitan. Pero pocas veces una ballena habrá cogido tanta querencia a un cabo –Higuer- y a una isla –Amuitz- como la que entre 1881 y 1892 visitaba casi todos los años nuestras aguas.

Se hizo conocida, por vez primera, al encallar en la barra de Hondarribia el 1 de noviembre de 1881 y, a pesar de sus “esfuerzos violentos”, no consiguió salir hasta que subió la marea. Su aparición cogió a todos por sorpresa. Sólo algunos carabineros reaccionaron disparándole, pero “los disparos de fusil que se le hicieron no causaron daño alguno al cetáceo, y cuando éste se vió con agua suficiente para moverse con libertad abandonó á los que le molestaban”. Ese año se hicieron algunos tímidos intentos de cazarla, pero sin ningún éxito. Los pescadores de Hondarribia afirmaban que se oía por las noches “el ruido que la ballena produce al lanzar el agua tragada”.

Pero ya en esas primeras apariciones queda claro lo que sería una constante en años posteriores: su gran tamaño, su arraigada costumbre de intentar atravesar las barras de ríos y estuarios –lo que le hacía encallar muchas veces-, su gusto por dormir junto a Amuitz, y lo difícil que resultaba cazarla.

La prensa se hace eco de su reaparición en noviembre de 1883. Y aquí aparece otra constante: los intentos de Ignacio Mercader por cazarla. Mercader, armador de la flota de vapores de pesca La Cantábrica de San Sebastián, escamado por el poco éxito de 1881, se había comprado algo nunca visto en nuestra costa: un modernísimo “arcabuz
norteamericano lanza-arpones”, que tenía sin estrenar. El arpón iba provisto de un explosivo que se accionaba eléctricamente. En cuanto supo de la presencia de la ballena en Hondarribia, zarpó a bordo del Mamelena 3. A mediodía la encontró frente a la playa de Hendaya nadando lentamente. Desde cinco metros de distancia le disparó un arpón con su arcabuz, alcanzándole a la ballena en la cabeza. El cetáceo huyó, pero por sus movimientos, cada vez más lentos, la dieron por mortalmente herida. La prensa publicaba “debemos advertir que la ballena es ya propiedad de los armadores del Mamelena 3”. Pero de eso nada. Ocho días después volvió a presentarse en Higuer con una herida en la cabeza.

Aunque todo hace pensar que el ejemplar que encalló en 1881 era el mismo, se podrían –por supuesto- plantear dudas.

Pero las dudas desaparecen a partir de 1883. Los ejemplares individuales de Eubalaena glacialis se distinguen porque las diferentes callosidades de la cabeza son como un carnet de identidad. A ello la “ballena de Fuenterrabía” sumaba su gran tamaño y, desde el 22 de noviembre de 1883, una gran cicatriz en la cabeza producto del arpón explosivo de Mercader.

Entre noviembre de 1883 y marzo de 1884, las andanzas de nuestra ballena alcanzan su máxima popularidad. Los artículos que le dedica la prensa nacional en este período –cinco meses- superan de largo el centenar. Una cobertura mediática absolutamente extraordinaria para la prensa de finales del siglo XIX. “Continúa entreteniendo á los habitantes de los pueblos de Fuenterrabía, Irún, Hendaya y San Juan de Luz, la presencia tenaz de la ballena en aquellas aguas”, ” Por las mañanas aparece dormida cerca del cabo Higuer y por el día se corre hasta Biarritz”, “Todas las tardes acuden á verla gran numero de curiosos”, “Estos días la ballena es la mayor distracción de los desocupados de aquella población (Fuenterrabía)”, “Los pescadores de Fuenterrabía están preparados á cazarla”.

Estaban preparados los de Hondarribia, los de los puertos cercanos y los vapores de Ignacio Mercader, que la perseguían de forma casi constante…pero no había manera. El cetáceo había aprendido del primer arponazo de Mercader y, en cuanto traineras y vapores se le acercaban, desaparecía.

Sus ataques a las barras de ríos y estuarios coincidían con la llegada de bancos de anchoa y sardina, a los que hacía huir aguas arriba. Y así, mientras los pescadores se quejaban de que no podían pescar, en el Adour, Bidasoa, Urumea y Oria se cogían anchoas hasta con cubos en el límite de aguas saladas.

El 23 de febrero de 1884 Mercader volvió a acertarle con su arcabuz, según su relato, desde tres metros de distancia.

Se dio otra vez por seguro “que se hallará muerta en alta mar”. Pero volvió a reaparecer frente a Higuer un mes después. Y durante todo el mes de marzo se mantuvo en aguas de Hondarribia, donde “ocho lanchas con arpones la persiguen sin descanso”, “medio pueblo ha tenido la ocasión de verla desde la carretera que se dirige al faro”, “desde la playa se observan perfectamente todas las operaciones. Muchísimas personas va a dicho sitio para  presenciar la pesca de la ballena, que es de colosales dimensiones”.

Y, como sobre cualquier otro personaje público, se hablaba, se discutía y a veces se exageraba sobre nuestra ballena.

Se decía que “es de tan colosales dimensiones que su cuerpo se eleva á más de tres metros sobre la superficie del mar”. Se discutía sobre su longitud –que para algunos era de 20 metros, y para otros más de 30-, sobre si perseguía a los mismos microorganismos que las anchoas o perseguía a las anchoas mismas, y sobre su inteligencia, su “habilidad para escurrir el bulto” y “las burletas que jugaba a los intrépidos e históricos arponeros”. Así, y para ilustrar el descaro del cetáceo, El Urumea relataba en diciembre de 1883 que había permitido que un perro de aguas se paseara tranquilamente sobre su lomo, lo que provocó muchos chistes en su momento.
Volvió en 1885, reanudándose las idas y venidas de la ballena, las traineras de Hondarribia y la flota de Mercader. En 1886 no se tuvo noticias de ella, y se perdió el interés. Pero una madrugada, en agosto de 1887, el Mamelena 4 chocó violentamente frente a Higuer con algo muy grande. “Repuestos del susto, vieron aparecer sobre la superficie del agua un colosal cetáceo, que se supone una enorme ballena que se hallaba dormida, y cuyas dimensiones excedían en largura á los cien pies de quilla del Mamelena”. Así que no había perdido la costumbre de dormir en Higuer y, según lo que nos cuentan, sí que podría rondar los 30 metros de largo. El vapor volvió rápidamente a puerto con la proa destrozada, y se dio –una vez más- por mortalmente herida a la ballena.

Pues tampoco. En diciembre de ese año volvió a aparecer acompañada de otras dos colegas de menor tamaño, y esto ya fue demasiado para los pescadores de Arcachon, Capbreton, Biarritz y San Juan de Luz. En enero de 1888, visto que no podían darle caza, y alegando que era un peligro para la navegación y que no les dejaba pescar, pidieron ayuda al Vicealmirante Prefecto Marítimo de Rochefort para que la ahuyentaran los vapores guardacostas. La operación fue ejecutada por las cañoneras Travailleur, L’Elan y Nautile. No tenemos datos de cómo lo hicieron. Pero sí sobre el resultado: año y medio después nuestra ballena estaba otra vez aquí.

Y, aunque ya hay menos datos en la prensa, siguió por aquí en 1889 y en 1891. En 1892 la prensa publicaba: “la gran ballena Leticia ha vuelto a hacer su visita anual”. En algún momento alguien le había puesto nombre. Este año – 1892- fue el último año en que supo de ella. La Eubalaena glacialis suele tener una vida media de 70 años y por su gran tamaño, muy superior a la media, cabe pensar que nuestra protagonista tenía ya una edad avanzada… así que preferimos pensar que su final le llegó de forma natural.

Desde luego no era la última que se capturó en Orio en 1901, porque ésta medía 12 metros. Ni tampoco la última arponeada sin éxito por el vapor Salvador de Hondarribia frente a Higuer en 1903. Ésta última medía unos 14 metros.

Ninguna de ellas tenía tampoco su característica cicatriz.

Por alguna razón, el nombre de Leticia no nos acababa de gustar para una ballena. La prensa del momento le dedicaba adjetivos como “la famosa”, “la célebre” ó “la tenaz ballena de Fuenterrabía”…nos ha gustado más éste último.
Un informe de la Comandancia de Marina de San Sebastián certificaba, en 1886, la práctica desaparición de la ballena vasca en Gipuzkoa. Afirmaba que se seguían viendo cachalotes y rorcuales lejos de la costa, pero que nuestros arrantzales “no las persiguen porque tienen la desfavorable condición de irse a pique en cuanto mueren”.

Los expertos calculan que, antes del inicio de su caza en la Edad Media, habría unas 13.000 Balaena Biscayensis.

Cuando la especie fue protegida en 1937 ya sólo quedaban unos 50 ejemplares. En el año 2003 se censaron 342 fuera de nuestras costas, porque en nuestras aguas continúan sin verse. El último avistamiento se registró en el límite del Cantábrico, en el cabo de Estaca de Bares, en 1993.

Ahora bien, aunque no se ha vuelto a ver ningún ejemplar de “ballena vasca”, si que se observan con cierta frecuencia la visita de otros grandes cetáceos como las yubartas o ballenas jorobadas. Estos cetáceos suelen rondar los 15 metros de longitud en su edad adulta, y tienen como característica su afición a dar grandes saltos saliendo por encima de la superficie del mar. En la foto se puede ver uno de los últimos ejemplares avistados frente a la costa en Hondarribia.

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Para conocer más sobre estos formidables animales recomiendo la lectura del libro “Jugando con las ballenas” de Joseba A. Bontigui. Un gran trabajo que fue editado solo en una ocasión en el año 2002 por el Gobierno Vasco. A día de hoy no es fácil conseguir un ejemplar, en alguna web de artículos de segunda mano suele verse algún ejemplar en venta a muy buen precio… https://www.milanuncios.com/libros/libro-vasco-jugando-con-ballenas-222016853.htm

domingo, 15 de enero de 2017

Homo humidi

Le ha costado llegar al primer temporal, pero ya lo tenemos encima, lluvia, granizo, nieve en las montañas, termómetros a la baja y el elemento principal de esta ensalada invernal, viento del NW de 30 nudos. La mar se ha puesto su traje para estas ocasiones y las olas se levantan furiosas varios metros, el horizonte ha quedado limpio de embarcaciones.


El Cantábrico tiene ese color gris acero que delata su estado y fuera de la bahía se ven olas rompiendo en mar abierto. Es así, es un temporal de invierno, nuestras fosas nasales por fin se despejarán tras un atípico otoño más seco que la mojama y los cuerpos recobrarán el grado de humedad al que aquí estamos acostumbrados.
En el puerto refugio, las embarcaciones de bajura esperan a resguardo a que llegue la temporada del verdel o caballa y fuera, contra el muro, rompen contínuos embates del mar que descarga su rabia en la costa.

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En la bahía, mientras tanto, las olas entran desbocadas como si tuviesen prisa por morir, llegan a la playa hechas un amasijo de espuma mientras los surfistas se adueñan de ellas olvidándose de a que temperatura está el agua. Esta claro que las grandes olas no nos afectan por igual a todos nosotros, a los que trabajan en la mar les obliga a quedarse en casa, para otros es la ocasión de divertirse.
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Pero no solo el temporal afecta a la mar, muy cerca de la costa se levantan las primeras montañas de cierta altura, allí, el viento frío cargado de humedad, ha dejado mucha precipitación que a partir de cierta altura ha caído en forma de nieve. La imagen de las montañas nevadas cerca de la costa suele ser preciosa, idílica diría yo.

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El invierno parece que por fin ha llegado, durante unos meses volveremos a ser los “homo humidi” de siempre. La lluvia, el frío y el viento serán habituales y en el pueblo la gente, como hacen los rebaños de ovejas en las bordas de la montaña, se refugiará en las tabernas mientras hablan del tiempo tan malo que hace… Pasear, ahora cerca del mar, se convertirá en casi una quimera y nuestro pueblo, Hondarribia, que durante el verano y los fines de semana de buen tiempo se abarrota de foráneos, quedará vacío por un tiempo.
De vez en cuando, con suerte, habrá una ventana de buen tiempo y si la mar lo permite saldré a navegar algún día sacando las velas al viento, navegar en invierno tiene una ventaja, son pocos los que se animan.