miércoles, 13 de julio de 2016

La última dosis de Mediterráneo

            Hace ya unos cuantos años, 16 para ser exactos, que comenzamos una intensa relación con el Mediterráneo, concretamente en la Costa Brava. Las islas Medas fueron las testigos de nuestras primeras inmersiones, allí comenzó el flechazo. Desde Blanes hasta más allá del Cabo de Creus hemos ido visitando lugares que nos han cautivado y conseguido que, con un imán a un trozo de hierro, nos hayan atraído constantemente.

        No tardamos en ser dos más en casa, nuestra pasión por ese trozo del Mare Nostrum comenzamos a transmitírsela a nuestras hijas y no nos costó encontrar lugares que engancharon también a ellas.

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        En el 2.009 visitamos Calella de Palafrugell, desde entonces establecimos allí nuestro “campo base” en las vacaciones. Así, comenzamos a visitar con nuestras hijas los pueblos, calas y rincones de esa costa embrujadora.

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      Hemos intentado durante estos años impregnarnos de la cultura de aquella tierra, ser mediterráneos, como ya he dicho en alguna ocasión.

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     Poco a poco hemos aprendido lo que hemos podido, su clima, sus vientos, su idioma, su gastronomía han calado en nosotros como no podía ser de otro modo.

      Pero nuestras hijas han ido creciendo y la Costa Brava ya forma parte de una etapa de su vida. Seguro que mañana la recordarán con agrado, los recuerdos se amontonarán en su memoria y probablemente algún día vuelven a ella. Allí han disfrutado como lo haría cualquiere crío, no olvidarán las calas escondidas, sus fondos transparentes, incluso alguna cueva en la costa donde entramos a una inquietante oscuridad. La visita bajo el agua a algún pulpo en su guarida, coleccionar orejas de mar, recojer los caparazones de erizos han sido diversiones constantes.

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      Hemos podido disfrutar de paisajes inolvidables, de amaneceres y atardeceres únicos y de una luz como no hemos encontrado en ningún lugar.

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      Pero todo lo que empieza, acaba, nuestras hijas ya tienen una edad que pide más, saben mejor que nadie que hay más lugares para descubrir y además pronto lo querran hacer sin nosotros. Este año hemos vuelto a la Costa Brava, a Calella de Palafrugell, lo hemos hecho sabiendo que iba a ser la última visita de un ciclo. Nosotros, mi mujer y yo, volveremos algún día tal vez para algo más que unas vacaciones, Calella de Palafrugell, Llafranc, Port de la Selva, Cala Sa Tuna, Tamariu, Begur, Port Lligat, Cadaqués y otros muchos más nombres han quedado para siempre acomodados en nuestra memoria.

       El último día de nuestra visita de este año quiso venir a despedirse un viento muy característico de aquella tierra, el Mistral, amanecía en la Costa Brava y ya se dejaban ver unos cuantos veleros disfrutando del viento. Fue como si el viento nos estuviese diciendo, “mirar lo que os perdéis”…

      Nos despedimos dando un paseo a primera hora hasta Llafranc aprovechando la pista que recorre el litoral, es un paseo corto, apenas 20 minutos separan los dos pueblos, pero que nos ha servido muchas mañanas para despertarnos mientras mirábamos al Mediterráneo.

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        Despedirse de un lugar así no es sencillo, allí hemos visto crecer y evolucionar a nuestras hijas y hemos disfrutado muchísimo. Nos hemos dado cuenta que no somos los únicos enganchados a todo aquello, durante estos años hemos coincidido con otras gentes que, como nosotros, volvía allí como si de un ritual se tratara.

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     Hoy, ya de vuelta en casa, solo hemos podido hacer una cosa para intentar mitigar nuestra melancolía, navegar e imaginar que lo hacíamos frente a la Costa Brava…