martes, 14 de julio de 2015

Desconexión.



        Las últimas semanas han sido difíciles. Todos en casa hemos estado un poco revueltos, como el viento sur, soplando a rachas desbocadas o en calmas tediosas. La perdida de un ser querido nos aplasta, nos destruye por dentro. Esa perdida contribuye a que nuestra percepción por lo efímera que puede llegar a ser la vida la tengamos más presente que nunca. Nos aferramos con fuerza a los que tenemos más cerca e intentamos poner un nuevo rumbo mientras oteamos el horizonte.
Hay una verdad universal que todos debemos afrontar, queramos o no.
Al final todo se acaba, por mucho que deseemos que no llegue ese día.
Ahora estamos en unos de esos días, nos despedimos de todo lo que nos era familiar, todo lo que nos resultaba cómodo.
Hay personas que son una parte tan importante de nosotros que siempre estarán ahí pase lo que pase.
Ellos son nuestra tierra firme, nuestra estrella polar, y esa voz de nuestro corazón que siempre nos acompañará, siempre.

El duelo.
      Bajo una acacia, un naranjo, un roble, es donde uno debe sepultar a los seres que ha querido.
Y que seguirá queriendo aunque no entienda por qué no vuelven nunca a casa a la hora de la cena.
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         Alguien que padecerá ese duelo el resto de su vida, porque llega un momento en que no quiere dejar de sentirlo, pues sería mayor el dolor por la culpa de creer que puede perder la memoria del ser querido, que el anhelo de convencerse de que es capaz de ser feliz, con una felicidad sin prisas ni euforia, al tiempo que reconoce siempre la ausencia.
        El silencio del duelo es siempre un espacio cerrado en ese hogar que termina en la frontera de nuestra piel.

Ser Mediterráneo.
       Mediterráneo, un nombre que representa algo más que al mar que baña las costas tres continentes. Mediterráneo es una forma de vida, una manera de ser.
         Una vez más hemos vuelto a él, y como cada vez que lo visitamos de nuevo nos hemos quedamos prendados de su luz, de sus sonidos, de su paz. Su olores y sabores impregnan nuestras pituitarias y paladares consiguiendo quedar grabados en nuestra memoria, porque no solo guardamos recuerdos de imágenes. En nuestro cerebro quedan alojados mucho más que eso, quedan también los sentimientos y las sensaciones.
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       Con el Mediterráneo frente a nosotros desconectamos del día a día, de una realidad que asusta y que nos aleja de nuestros sueños. Me sumerjo en sus aguas con mis pulmones llenos a rebosar de aire, un aire que me permite estar, con suerte, un par de minutos abajo recogiendo pequeños tesoros marinos.
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           Oteo el fondo desde la superficie, allí abajo están los sargos y otros peces de roca, nadan como asustados, con giros bruscos, nerviosos. Veo un destello inconfundible, es una oreja de mar, mi favorita entre las conchas. Durante unos segundos respiro intensamente, cogiendo y soltando aire a través de mi tubo. Vacío todo lo que puedo mis pulmones para volver a llenarlos con todo el aire posible, doy un golpe de riñones y me sumerjo, me ayudo solo de los brazos en ese instante y en cuanto noto que las aletas están bajo el agua comienzo a moverlas acompasadamente. La primera descompresión de oídos llega enseguida, a los 2 metros, a los 4 ó 5 metros repito la operación mientras sigo descendiendo. Enseguida llego al fondo, estoy a unos 10 metros de la superficie, procuro moverme tranquilo, sin prisas, los músculos consumen oxigeno y este lo necesito para estar abajo.
         Tras volver a descomprimir los oídos comienzo a recorrer el fondo, encuentro enseguida la oreja de mar y me la guardo en un bolsillo. Allí abajo el azul lo inunda todo y la sensación de silencio es adictiva. Continúo moviéndome entre las rocas observando lo que me rodea. La presión a 10 metros es exactamente el doble que en superficie, 2 atmósferas o 2 bares, como se prefiera.
      Sigo buscando caracolas levógiras, pero mi suerte no cambia, solo encuentro caracolas que giran a derechas. Escondidos entre rocas aparecen caparazones de erizos, yo los llamo esqueletos de erizos, siempre me han parecido verdaderas joyas, además, su extremada fragilidad hace que mi aprecio por ellos aumente…
      Como en otras ocasiones, volverán a casa con nosotros además de dichos caparazones, orejas de mar, alguna caracola, pequeñas conchas, serán recuerdos de ese mar que nos transportarán hasta él cuando naveguemos por el Cantábrico.
       Pero el tiempo pasa rápido, demasiado, una sensación de opresión me llega, mis pulmones piden aire nuevo. Miro hacia arriba y me entusiasmo con la claridad que tiene el mar, comienzo a ascender mientras voy soltando poco a poco el aire que me quedaba.
Portlligat      
          En compañía de nuestras hijas nos acercamos hasta una cala cercana al cabo de Creus, Portlligat. A pesar de que sopla una fuerte tramontana en mar abierto, la cala queda protegida del vendaval, sus aguas confinadas son un auténtico remanso de paz que invitan zambullirse en ellas. Lo primero que percibimos al echarnos al agua es la cantidad de posidonia que hay en estos fondos, algo muy importante para la conservación de la vida submarina.
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         Desde la superficie he localizado lo que creo que es la entrada de la guarida de un pulpo, las conchas y pequeñas piedras amontonadas que hay en su entrada así lo delatan. Tomo aire y desciendo hasta ella, se encuentra a unos 5 metros de profundidad, enseguida veo al pulpo que me observa desconfiado. Subo a la superficie y aviso a una de mis hijas del hallazgo, le invito a bajar conmigo para que pueda observar de cerca al animal. Al principio desconfía de sus posibilidades de llegar hasta el, la profundidad le retrae un poco pero tras unas indicaciones se anima y bajamos juntos. Nos agarramos a una roca para mantenernos sin esfuerzo en el fondo, le invito a mi hija a que acerque una mano y toque al pulpo y note su fuerza al pegarse una de las ventosas de un tentáculo. La expresión de su cara a través de las gafas de bucear lo dice todo, está encantada, pero el aire se acaba y subimos a la superficie. Le ha gustado tanto que ella, ahora ya sola, repite la experiencia y baja para tocar de nuevo al pulpo.
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        Y así, entre zambullidas, amaneceres de mar, paseos nocturnos por calas, hemos vuelto a desconectar, creo que cada vez que nos acercamos a este mar nos cuesta un poco más volver a nuestra vida junto al Cantábrico.
        Tramontana, Garbí, Mistral, Xaloc, son nombres que ya suenan familiares…
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      Pero ahora toca regresar, poco a poco nos vamos convenciendo que nuestro futuro, no sabemos si cercano o lejano, estará ligado a este mar, algún día seremos Mediterráneos.
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domingo, 12 de julio de 2015

Un antiguo puerto romano

           Que los romanos camparon a sus anchas en la zona del Bidasoa-Jaizkibel nos es ningún secreto, existen multitud de vestigios y se han recogido gran cantidad de restos que así lo demuestran. La desembocadura del Bidasoa fue un lugar estratégico para las legiones romanas. Irún y la zona de Hondarribia cuentan con varios puntos donde ha quedado demostrada la existencia de diferentes puertos y abrigos donde las naves romanas llegaron. Muy cerca del Cabo de Higuer está la conocida Cala de los Frailes, un lugar muy protegido de los golpes de la mar donde se han recogido de sus fondos muchos restos de aquella época.

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         Pero si rodeamos el Cabo de Higer y continuamos su costa hacia el oeste, a una milla y media de dicho cabo llegaremos a una escondida y protegida y ensenada conocida con varios nombres. Comúnmente se la conoce como “El Molino”, pero si se busca un poco en los mapas veremos que tiene otros dos nombres, uno de ellos muy oído, Cala de Artzu, el otro es Porto Moko. Yo he de confesar que este último nombre no lo había escuchado nunca hasta que me he puesto a rebuscar un poco.

        Ayer salimos a navegar por la mañana y ya que hasta mediodía no anunciaban la llegada de viento decidimos dedicar el tiempo a visitar la mencionada cala. A pesar de no existir apenas viento, una mar de fondo de casi metro y medio hacia que algunas olas rompieran en la costa con cierta brusquedad, por ello dudábamos de nuestras posibilidades de poder entrar en la cala.

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          Yo ya conocía la cala de haber pasado junto a ella en algún paseo, hay que recordar que en el litoral del monte Jaizkibel existe un sendero que lo recorre de punta a punta y por él se pasa junto a varias calas, una de ellas Porto Moko. La cala tiene una entrada ancha, unos 100 metros, pero enseguida se reduce a menos de la mitad.

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Porto Moko en bajamar

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        No obstante, la entrada es segura, no hay rocas ocultas bajo la superficie que dificulten el paso, y una vez dentro de ella estaremos totalmente protegidos de la mar de fondo que suele llegar del NW ya que esta orientada hacia el NE.

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       Ahora bien, la cala, dadas sus dimensiones, no es recomendable para grandes embarcaciones con un calado generoso. Ayer, nosotros entramos a media marea y no llegamos hasta el final de la cala, nuestro velero cala 1’2 metros y el ancla lo echamos en un fondo de pequeñas rocas con unos 3 ó 4 metros de agua. Pensamos que lo ideal sería entrar los días que exista menos de un metro de mar de fondo y fondear con dos anclas, una por proa y la otra por popa, evitando así los borneos. Es fácil encontrar aguas limpias en la cala pudiendo disfrutar de tranquilos baños y buceos.

      El nombre de la “Cala del Molino” le viene dado por la existencia cerca de la orilla del fondo de los restos de un antiguo molino, dicho artilugio aprovechaba en otros tiempos la fuerza del arroyo Erramudi para moler maíz y trigo.

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Este será posiblemente un destino para el siguiente verano, pasar noche fondeados con una predicción de tiempo asegurada será una bonita experiencia. Es fácil bajar a tierra con una pequeña embarcación inflable…

jueves, 2 de julio de 2015

La gran tarta del pescado.

            He pasado, iba a decir media vida, pero ha sido ya algo más, llevando cosas de un lado para otro. No voy a enumerarlas pues la lista sería interminable, en ocasiones lo transportado ha sido extraño, absurdo, sin aparente razón vaya…
            Pero desde hace ya unos cuantos años, unos 15, me dedico solo a llevar de un lado para otro una cosa, pesca, pescados en su mayoría provenientes de nuestro mar, el Cantábrico. Poco a poco he ido penetrando en ese oscuro mundo del comercio mayorista del pescado, lo he ido conociendo cada vez más de cerca. Mayoristas, intermediarios, pescadores, minoristas, todos quieren sacar su tajada, un trozo del pastel, y curiosamente he aprendido que los que se llevan un trozo más grande son los que menos trabajan y exponen, que raro ¿no?… Creo que el mundo de hoy en día está repleto de sinsentidos, pero lo que hoy veo que sucede a mi alrededor me deja perplejo en muchas ocasiones, gente que compra y vende pescado por teléfono sin tan siquiera llegar a tenerlo, lo cogen con una mano y lo sueltan con la otra. El pescado ha dejado de ser lo que era, un alimento para la población, hoy es un producto que alimenta la codicia que nos rodea, una mercancía con la puedes enriquecerte si sabes mover tus fichas, eso sí, a costa del sudor de unos cuantos que a menudo se juegan el pellejo por bastante menos de lo que deberían.
        Con el paso de los años he podido evitar en mi camino a algunos intermediarios de mi sector, léase empresas de transporte, y a día de hoy he conseguido llegar a hacer tratos directamente con algún armador de barcos de pesca. Y he aquí que es cuando más me estoy sorprendiendo de lo que sucede con el pescado, el trato directo con los mayorista y armadores me está descubriendo hasta que punto puede llegar lo absurdo en este mundo.
       Trabajo, entre otros, con un armador francés que tiene varios barcos con matrícula de Bayona, localidad del sur de Francia en el Cantábrico, los barcos faenan en la costa comprendida entre los puertos franceses de St Jean de Luz y La Rochelle. Se dedican a la pesca de diferentes especies, sepia, calamar, pota, merluza y pescadilla, salmonetes, san pedros, cigala, buey de mar, marrajo, vaya, un poco de todo como puede adivinarse.
      Lo absurdo del tema: Como ya he dicho estos barcos pescan en aguas francesas y su puerto de destino es Pasajes, aquí en Euskadi, y parte de las capturas el armador quiere que yo se las lleve al puerto galo de St Jean de Luz.
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       Todo sucede de la siguiente manera:  Recibo una llamada por la mañana del armador avisándome unas horas antes de la llegada a puerto (Pasajes) de los barcos. Yo acudo allí con mi camión frigorífico, tras la descarga el armador hace una división o reparto de las capturas y me entrega parte de ellas para que se las lleve seguidamente al puerto de St Jean de Luz que está a escasos 35 km. Este pescado lo descargo a última hora de la tarde en la lonja del puerto francés y queda allí guardado en cámara frigorífica. Más tarde, de madrugada, se venderá junto con las capturas que se descargan de otros barcos en ese puerto.
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      A esa venta acuden mayoristas franceses, una vez comprado el pescado estos comienzan a venderlo tanto a minoristas franceses como a mayoristas de Pasajes, así que de nuevo el pescado vuelvo a llevarlo por carretera a Pasajes. Pero ahí no acaba el tema, esos mayoristas de Pasajes comienzan a su vez a vender por teléfono ese pescado a sus diferentes clientes y algunos de esos compradores están nada más y nada menos que en París, sí sí, en París…
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      Ahí vuelvo a entrar yo en escena, para transportar ese pescado hasta París existe una línea de transporte diario en camiones frigoríficos que sale todos los días de St Jean de Luz con destino al mercado central de mayoristas de París. Mi labor consiste en volver a llevar ese pescado de Pasajes hasta St Juan de Luz, el pescado es cargado en dichos camiones al mediodía y esa misma noche es descargado en París donde de nuevo se llevará a cabo, ya de madrugada, una venta de mayoristas para los minoristas. Al día siguiente el pescado es consumido en París.
Resumiendo:
Día 1: el pescado es capturado en aguas francesas.
Día 2: se descarga en Pasajes y es transportado a St Jean de Luz.
Día 3: se vende en St Jean de Luz a mayoristas, estos a su vez lo venden a otros de Pasajes y se trae a esta localidad. Luego se vende a mayoristas de París y se lleva a los camiones que salen de St Jean de Luz con destino París.
Día 4: El pescado se vende a minoristas en París y estos finalmente lo hacen con el público.
          Hasta 3 veces el pescado ha recorrido por carretera el trayecto comprendido entre Pasajes y St Jean de Luz, luego dicen que el pescado está caro…
           No sé si habré sabido explicar todo ese ir y venir del pescado, espero que sí. Así, me es difícil no sentirme cómplice de todo ese mercadeo, veo pasar por delante de mis narices todo ese pescado y no acierto a dar una explicación.    
         Todavía recuerdo cuando aún quedaban algunos barcos con el casco de madera en Hondarribia, fueron los últimos de nuestra costa. Por desgracia, los armadores se vieron obligados a realizar grandes inversiones para renovar la flota, los antiguos barcos con casco de madera dieron paso a barcos de acero con gran capacidad de capturas, un buen número de aquellos vetustos barcos no tuvieron suerte y su continuación quedó truncada por el recorte del numero de barcos que vino de las autoridades europeas. Muchos marineros quedaron ya en tierra para siempre con prejubilaciones los que tuvieron suerte, o directamente pasaron a engrosar la lista de parados. Poco a poco el mundo de la pesca a ido menguando en el número de barcos, la actividad frenética que soportaban nuestros puertos casi a diario a quedado drásticamente reducida, las tripulaciones de muchos barcos están formadas hoy en día en parte por inmigrantes en su mayoría subsaharianos, cuesta encontrar a jóvenes de aquí dispuestos a llevar una vida de tanto sacrificio con tan poco beneficio. Pero esa mengua en el número de barcos no significa menos capturas, los barcos de hoy en día utilizan artes de pesca capaces de atrapar cantidades muy importantes de pescado, artes que no siempre son todo lo beneficiosas que deberían, para entendernos, atrapan todo lo que se les pone delante sin importar el tipo de especie, una vez izadas las redes se procede al descarte de las especies que no se estiman económicamente rentables.
         No se cuanto tiempo serán capaces de soportar los mares esta presión, tal vez dentro de 50 años nos alimentemos exclusivamente de pescado producido en piscifactorías cebado con sospechosos piensos, ¿ o seremos capaces de darnos cuenta del expolio al que estamos sometiendo al planeta ?, yo personalmente soy de los pesimistas en este tema, lo siento por las futuras generaciones.
       Nuestros mares languidecen, contaminación, sobrepesca, alteraciones físicas de los hábitats, cambio climático, poco a poco vamos convirtiendo los mares en los grandes vertederos del planeta.
Dicen que todo empezó en el mar, tal vez algún día todo acabe también.