Desde que Mikel me comentó su intención de subir esta montaña, he soñado más de un día con ello. Lo que no salía en mi sueño era la compañia inesperada de Albontza y Llorens. Más suerte no he podido tener, no es una montaña precisamente para subir solo a ella, seguro que se me hubiese atragantado de haberlo intentado. La visita la he podido completar con la estancia en el gitê d´etape La maison de la montagne, hace muchos años conocí esa casa, pero ni sus dueños ni sus formas son las mismas de entonces. Hoy es un placentero lugar donde podremos encontrar el descanso merecido después de una ascensión.
Tras una temprana cena a las 19´30 h estamos de animada charleta en el exterior del albergue, una invitación por parte de Thierry para que probemos su patxaran casero pone el punto final a la larga sobremesa de la cena, son cerca de las 23 h y nuestra intención es levantarnos a las 6 h, anuncian algo de lluvia para la tarde asi que intentaremos esquivarla.
A la media hora de meternos a la cama Mikel tiene que abandonar la habitación por problemas en la megafonía… Albontza, Llorens y un servidor estamos con La Traviatta a pleno pulmón y Mikel es mas música de cámara… .
Suena el despertador fiel a su cita a las 6 h, nos han dejado un completo desayuno preparado en el comedor y damos cuenta de el. Nos dirigimos en coche a Anapia, allí comenzamos nuestro andar, primero una cómoda pista que nos lleva a Sanchese nos sirve de calentamiento pero seguidamente comienzan los sudores y resoplidos. El sendero en sus inicios es duro, retorcido, no da descanso. La niebla nos envuelve enseguida y atravesamos un bosque de hayas casi en tinieblas. Abandonamos la densa vegetación y salimos a terreno despejado, Anaye está cerca, se oyen a las ovejas latxas no muy lejos. Una vez allí tenemos una divertida charla con el pastor, Llorens es todo un poliglota y hace gala de ello con el “berger bearnes”. Tras despedirnos de nuestro amigo proseguimos ruta en la niebla, nos cruzamos con algún montañero que ha vivaqueado más arriba.
Llegamos a las surgencias de Marmitou, un manantial de fresca agua que en los días calurosos es un verdadero oasis. Llevamos un rato con un resplandor en el cielo que nos anuncia que arriba está limpio y de repente, con una suave brisa las nieblinas se dispersan y aparecen ante nosotros las cimas que rodean el valle de Anaye, estamos eufóricos, la moral se anima y vemos por primera vez nuestra montaña, esta arriba, muy arriba todavía. Allí comienza lo bueno, por llamarlo amablemente, una dura subida por terreno pedregoso nos va llevando a hacia un marcado collado, por momentos la subida se hace penosa, pero ver el cielo tan limpio nos da fuerzas y poco a poco nos acercamos al collado. Los metros van cayendo y cuando llegamos al collado nos damos cuenta que estamos a escasos 100 m de desnivel de la cima, ya está cerca.
Un último empinado y dificultoso canal se interpone entre nosotros y la cumbre, lo superamos y al rato los cuatro nos estrechamos la mano en la cima del Pene Blanque 2.386 m, nos ha costado, pero tal vez por ello estemos tan contentos, realmente es una gran montaña, otra grande poco visitada… .
Pero aun no hemos terminado, la subida es la mitad del día, el valle de Lhurs es nuestro siguiente objetivo, descendemos hacia el Oeste buscando el collado de Lhurs. En un momento nos despistamos y nos damos cuenta que podíamos haberlo hecho algo más corto, tenemos que remontar ahora unas duras rampas sobre terreno kárstico muy compacto y buscar en un laberinto rocoso el ansiado collado. Al fin llegamos a el, nos asomamos y nos damos cuenta que todavía no podemos cantar vistoria, quedan pequeños neveros que nos obligarán a descender por el costado izquierdo del canal. Allí, una serie de incómodos destrepes ponen emoción, nos lo tomamos con paciencia y poco a poco vamos descendiendo, cruzamos un vira y entramos en una gran pedriza que nos lleva hasta las cabañas de Lhurs, por fin descansamos y nos hidratamos en condiciones. La niebla nos rodea de nuevo y ya no nos dejará hasta un poco antes de llegar a Anapia. Un descenso por el bosque de Larrangus hace que nos olvidemos del cansancio por momentos, es un sendero precioso y sin perdida.
Más tarde en nuestro albergue francés descansaremos como nos lo merecemos, una refrescante ducha y una fría cerveza, que más podemos desear. Cuatro amigos y una gran montaña, dan mucho para escribir.
Unas fotos del día
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